Fusión latinoamericana
Más un instinto que un estilo, más una tendencia múltiple que un movimiento formal, la fusión latinoamericana es una expresión que permite designar los diversos resultados que generaciones de creadores, músicos y grupos chilenos han obtenido durante cinco décadas a partir del cruce entre las ricas fuentes de la música del continente adoptadas en Chile. Como método y espíritu tiene una genealogía que puede remontarse a los intentos de folclor panamericanista previos al Neofolklore de los '60, y que luego pasa por la fusión de conjuntos de la Nueva Canción Chilena, se mezcla con el instinto del rock y llega hasta compositores, intérpretes y conjuntos de la actualidad, abiertos al jazz, la música basileña y las raíces europeas.
Un trabajo persistentemente solista y un vínculo firme con el teatro caracterizan hasta ahora el trayecto musical de Tomás González, cantautor y multiinstrumentista, que en sus composiciones puede mostrar tanto ecos de trova como fusión étnica y visos de electrónica.
Con una formación clásica en las percusiones de parches y de teclados, Mauricio Gallardo dio un paso hacia una creación de mayores horizontes que solo la música de cámara contemporánea. Como vibrafonista transitó entonces entre la música docta, el jazz contemporáneo y la fusión de elementos provenientes del folclor chileno, lo que en cierta medida lo emparentó con el pionero de la transformación del vibráfono Guillermo Rifo, quien fue uno de sus maestros. Como compositor y líder de proyectos, Gallardo puso en marcha estas ideas a partir de su álbum Trazo (2022).
Raúl Lobito López es saxofonista de la generación pionera en la fusión del jazz, el rock y la música latinoamericana, que empezó a despuntar en los años '70 y '80. Fue integrante de dos agrupaciones consulares en las vanguardias de la época: Quilín (1979) y Alsur (1986). En su época posterior en Coquimbo, López abrazó las influencias nortinas, las geografías física y humana, así como los ritmos y danzas folclóricas de un vasto territorio en las puertas del desierto y el altiplano. Desde esa posición y en mezcla con lo jazzístico, a los 70 años escribió sus primeras composiciones y publicó su ópera prima; Sudamerijazz (2022).
Si bien como intérprete de standards Nicole Bunout formó parte de la llamada "nueva ola del jazz vocal" a mediados de la década de los 2000, su proyecto creativo en la música autoral se ha enfocado en la canción folk con una inspiración en la música latinoamericana, que diez años después de su aparición en esa escena jazzística la llevó a publicar su primer cancionero propio en el disco Crisálida (2014).
Músico e ingeniero en sonido, Alejandro Manríquez integra una partida de guitarristas de jazz que fueron promovidos por el Instituto Projazz desde mediados de los años 2000 (Nicolás Yankovic, Armando Ulloa, Cristóbal Gómez, Diego Riedemann), pero su ruta camino fue acercándose siempre a la música de fusiones latinas. Primero como colaborador de las cantantes de jazz y bossa Muriel Valle y Verónica Garay, del compositor, bajista, pianista y acordeonista Pedro Melo (de Entrama), y finalmente a través de sus propios discos.
Ítalo Pedrotti es uno de los charanguistas más importantes surgidos durante los ’90, que aprendió del propio Horacio Durán (de Inti-Illimani) las propiedades solísticas del instrumento andino en un contexto urbano y de fusión. En 2003, cuando Pedrotti aún pertenecía a la formación de Entrama, formó el ensamble progresivo Charanku para liderar un proyecto personal de música contemporánea de raíz folclórica y al mismo tiempo rockera, en una combinación que incluyó un triple frente de charangos y ronroco (charango mayor) junto con una base eléctrica con guitarra, bajo y batería.
América Joven fue uno de los grupos ideados e integrados por el compositor Willy Bascuñán tras su salida de la exitosa experiencia en Los Cuatro Cuartos. Hubo diferentes etapas en su trabajo, gran parte del cual se desarrolló en España. Se trató de una pionera apuesta de fusión que trabajó entre Santiago y Barcelona, y en cuyos tres LP destacó un repertorio de autores sudamericanos con versiones novedosas y bien recibidas.
Lorena Gormaz tiene una triple faceta de compositora, pianista y cantante popular. Una de las nuevas voces de la fusión latinoamericana de los años 2000, con gran conocimiento sobre la música afroperuana, criolla chilena y popular brasileña. Estudió piano con la concertista María Paz Santibáñez y parte de su adiestramiento vocal lo obtuvo con Arlette Jequier, por lo que sus estilo y timbre también se asociaron en su momento al de la avanzada cantante de Fulano.
Jorge Prado se convirtió en el primer y por mucho tiempo el único cultor de la guitarra portuguesa, el instrumento fundamental en los ensambles tradicionales del fado. En 2014 formó el conjunto Fados al Sur del Mundo, donde también cantó Jorge Coulon (Inti-Illimani), y en 2022 publicó el sobresaliente álbum Saudades de Gabriela. Fue uno de los momentos cúlmines en su historia como músico y resultado de una investigación de la poesía de Mistral que ella escribió en su paso por Lisboa entre 1935 y 1938, musicalizada por Prado en el lenguaje del fado e interpretada por importantes cantoras y músicos portugueses.
Tempranas eliminaciones en concursos televisivos de talentos de canto marcaron los primeros pasos de Camila Méndez en la música. Pero sí logró luego una figuración mucho más concluyente al obtener la Gaviota en la competencia folclórica del Festival de Viña del Mar de 2005 con la canción de Isabel Parra “Cuecas al sol”, que luego triunfaría en 2009, durante la versión de los 50 años de estos certámenes.
Mundos musicales paralelos se unieron en un momento en la historia de Daniella Rivera, violinista de formación clásica y prolongada trayectoria en orquestas chilenas, pero también integrante de elencos escénicos y de teatro, además de cantautora como nombre propio. Su primer trabajo como solista, sin embargo, apareció ya avanzada esa historia musical, como resultado de esas diversas rutas que ella recorrió. Canciones de la huerta (2023) fue una obra de estéticas libres y mestizas, que puso su nombre en un espacio de cantautoría contemporánea y que llegó a ser nominado al Premio Pulsar en la categoría Mejor nuevo artista.
En el tránsito desde la música de raíz folclórica asociada al movimiento del Canto Nuevo hasta los experimentos electroacústicos de la música de fusión, existe un solista tan interesante como Jorge Campos. El bajista eléctrico Marcelo Aedo tal vez no haya sido tan conocido como el pivote del Congreso contemporáneo, pero llegó a construir su propia identidad en las cuatro (o cinco) cuerdas desde la multimilitancia como sesionista y hasta el protagonismo solista.
Soprano clásica en una etapa de madurez musical, Esperanza Restucci había aparecido como una joven vibrafonista y cantante pop de la escena de los ’90 a la cabeza del grupo Masticables, razón por la que no es posible ubicarla en los mapas de la música chilena con precisión. Su historia la conduce por caminos alternativos unos de otros, sin mayores detenciones, y aunque su perfil ha estado de manera natural en un plano secundario, sigue siendo una de las figuras recordadas de esa generación. Restucci combinó su acción como percusionista melódica única en su tiempo, improvisadora, compositora, cantante pop y, final y definitivamente, intérprete de lírica de cámara con una serie de proyectos en este campo, estudios en Alemania y publicación de discos.
Con el nombre de un pueblo tarapaqueño, Huara es referencia de trabajo en la música andina forjada en Chile, caracterizada en su caso por exploraciones de alto rigor y atrevida exploración a través de la fusión instrumental latinoamericana. Relevantes músicos han sido parte de su historia, y su marca de influencia ha sido reconocida por conjuntos tan populares como Illapu.
Nacida en Chillán, la cantante, acordeonista y profesora de música Cecilia Gutiérrez ha integrado en paralelo las escenas del jazz y de la música de raíz folclórica en la ciudad de Concepción, con proyectos que la vinculan a la fusión de ambos géneros, y cuya cara más visible fue entonces el disco Infusión (2015).
Juana Fe es una banda musical, pero sus fundamentos, su inspiración, y sus formas de trabajo trascienden el quehacer estrictamente artístico, y son – por eso- uno de los proyecto más llamativos de la escena musical chilena de los 2000. Conocidos masivamente por su canción "Callejero" del año 2007, el conjunto desarrolla los sonidos tropicales chilenos y continentales, se han presentado intensamente en Chile, y han viajado varias veces al extranjero. Gestores del fundamental sello y estudio La makinita, el 2014 vieron partir a su cantante y fundador, Juanito Ayala. Sin él, el conjunto incorporó una nueva voz y ha continuado con su historia.
Ensamble de cámara, principalmente en el uso de las cuerdas, que combina sonidos nobles y de perfil docto como el violín y el cello contrastados con los de la guitarra acústica y el bajo, procedentes de la música popular. Formados en 2015 alrededor del guitarrista y compositor Ricardo Tampier, su enfoque observa aspectos de la música latinoamericana de las raíces en un tratamiento libre que incluye elementos del folk, el jazz, la improvisación e incluso el rock progresivo. Su primer disco es Tierra (2016), con obras escritas para estas cuerdas provenientes de las músicas académica y popular, además de flauta traversa y batería, nuevos ejemplos del cruce de universos sonoros.
Tomando el título del bolero chacha clásico del portorriqueño Bobby Capó "Piel canela", el dúo Miel Canela dio una mirada al universo del bolero, su repertorio tradicional y los héroes nacionales Lucho Gatica y Sonia y Myriam, pero también practicó una propuesta de creación propia dentro de este género de la música romántica latinoamericana. Formado por la cantante Martina Lecaros y el pianista Hugo Naranjo, dos nombres iniciados tempranamente en el jazz, su encuentro posibilitó la formación de un dúo centrado en voces provistas de timbres y funciones complementarias, y el piano ese como soporte central para la armonía, la melodía, el ritmo, la fantasía y el ambiente musical. Y con las influencias del bolero clásico, el jazz y el vals de los salones y confiterías capitalinas, la bossa nova y la samba, Miel Canela grabó en Nueva York su primer disco, titulado Estaciones del amor, donde se relataban los momentos de una relación sentimental vivida testimonialmente por los propios músicos.
La cumbia "La culebra" ha sido el motor principal de la orquesta La Culebrera, que expone un amplio y vibrante repertorio de cumbias colombianas en su colorida, dinámica y escénica propuesta de cantos y danzas, con lo que ellos denominan "el veneno tropicaliente" de esta música. Con un nítido espíritu de carnaval afrolatino, su música incluye otros ritmos del Caribe, no siempre asimilados entre el público del sur de América, como el bullerengue, el festejo y la samba. La prensa colombiana llegó a calificarlos entre las 20 mejores agrupaciones de cumbia del circuito. Su primer disco es Todos vamos a morir... (2014).
La Culebrona, a veces también presentada como LaKulevrona, es una banda cuya música fusiona distintos elementos, desde el ska y el punk a los ritmos latinos y aires gitanos. De este modo, su propuesta unió los mundos de la pachanga latinoamericana y la electricidad del punk rock. Fue parte de una oleada de conjuntos del underground de la década de 2000 que reunieron diversos insumos para su música y generaron una escena nueva de época, como La Mano Ajena, Banda Conmoción, Chorizo Salvaje y Combo Ginebra, entre otras. Su disco más importante y difundido es Challa (2010).