1950
En la historia de la música típica chilena, Los Cuatro Hermanos Silva están entre los intérpretes que en los años '40 renovaron ese repertorio con la actuación de mujeres en el rol de cantantes y figuras escénicas, y es el conjunto que con más persistencia ha exportado su música a nivel internacional, extendida desde el repertorio chileno al latinoamericano.
Integrado por María Venegas e Inés Sotelo, este dúo de cantoras se inicia en el año 1945 en el ámbito de una activa escena musical propiciada por la importancia de las boites de la época, así como la radio y sus auditorios. Es así como su debut en la vida musical comenzó con cuatro presentaciones sucesivas en Radio del Pacífico, Radio Sudamericana, Quinta Carroza y Club de la Medianoche.
Uno de los lazos más firmes tendidos por un músico chileno hacia el tango es el que desde los años treinta aseguró Porfirio Díaz, acordoneonista, bandoneonista, pianista, director y compositor nacido en Valparaíso. Con orquesta típica y cuarteto grabó títulos clásicos del género, adaptó canciones populares a nuevas claves de arreglos, y obtuvo con ello gran éxito y repercusión, gracias a un «sello milonguero y amable», según descripción de Hernán Restrepo. Pero Díaz (quien comparte nombre con un histórico militar y presidente mexicano) fue también parte de grabaciones fundamentales para la música popular chilena, como "En Mejillones yo tuve un amor" (1945), de Gamaliel Guerra, y tangos de autoría local, como "Noches de Santiago" y Viejo San Diego" (ambos de Mario Ríos). Legó, además, un desvío inesperado para su estilo, pues es el compositor de la música del clásico vals "Viejo lobo chilote".
Además de ser uno de los primeros compositores chilenos que adoptaron en su obra la dodecafonía y el serialismo, Eduardo Maturana fue un activo protagonista de la escena vanguardista que se estableció durante la década de 1960, con músicos como León Schidlowsky, Gustavo Becerra y Leni Alexander, entre otros. Suya es “Responsorio para el guerrillero”, emblemática pieza que describe este período en Chile, donde incorporó inéditos elementos al sonido de la orquesta y la narrativa sinfónica.
La música tropical ubica protagonistas en lugares y funciones diversas, y Juan Chocolate Rodríguez se ganó esa figuración merecidamente en el micrófono. Fue desde los años cincuenta voz para la cumbia, la salsa, el bolero y otros ritmos de raíz centroamericana, y sobre todo como el gran cantante afrodescendiente de carisma, estilo e impronta en orquestas de época como la Cubanacán y la Ritmo y Juventud.
Delineado desde los años de esplendor de la radio, la orquesta, la boite y la industria discográfica propias del siglo veinte, la figura del músico de oficio capaz de valerse en los diversos géneros populares de la época en Chile tiene una expresión exacta en Rafael Traslaviña. Con más de seis décadas dedicadas a la música, este pianista tocó y grabó en discos de jazz, cueca, tango y otros ritmos bailables, y a su muerte ocurrida en 2011 dejó como herencia una estatura bien ganada entre los principales instrumentistas de esa era en la música popular.
Carlos Pimentel Barrera fue uno de los pioneros en la guitarra clásica chilena en los albores del siglo XX, protagonista de un intenso trabajo de creación y docencia en Valparaíso, descrito por la producción de abundantes partituras que transitaron desde la música docta a la música popular. Su catálogo superó las 500 obras, con piezas para guitarra, piano y canto, principalmente danzas de salón, gavotas, valses, schottischs, mazurcas y polkas, además de habaneras, tangos, foxtrots y hasta tonadas y cuecas. En 2015 su legado llegó al Archivo de Música de la Biblioteca Nacional.
Premio Nacional en 1968, Alfonso Letelier cumplió un rol relevante en la promoción y la formación musical chilena, al impulsar una política de unificación de todos los estamentos musicales de la Universidad de Chile en su actual Facultad de Artes. Como compositor académico obtuvo prestigio nacional e internacional con sus obras vocales. Es el padre de dos músicos que obtuvieron el Premio Nacional en Artes Musicales: el compositor y organista Miguel Letelier (en 2008) y la contralto Carmen Luisa Letelier (en 2010).
Roberto Lecaros Venegas es el primer jazzista de un clan de músicos que tiene varias generaciones. Es una figura carismática, creativa y compleja en su esencia, nombre fundamental en la cronología del jazz chileno desde el inicio de la década de 1960, que tuvo seguidores acérrimos y grandes detractores durante toda su carrera. Violinista, cornetista, tubista, contrabajista y pianista, se desempeñó en el jazz sin prejuicios como nombre activos tanto en los ambientes tradicionalistas como en las escenas modernistas. Pero en su historial aparece la labor de profesor como la actividad con que más alcanzó, enseñando los misterios de esta música a distintas generaciones, ya desde los años '80. En 2014 se convirtió en el primer jazzista en recibir el título de Figura Fundamental de la Música Chilena, que concede la SCD. El pequeño multifacético del jazz chileno.
Si bien la figura de la cantora, folclorista, recopiladora y autora Elena Montoya, La Criollita ha permanecido en el desconocimiento de la música popular chilena, su activa presencia e intensa creación la convirtieron en el mayor nombre del folclor en el norte. El puerto de Coquimbo, la pampa del desierto de Atacama, las oficinas salitreras y el el santuario de Andacollo, fueron escenarios e inspiraciones de la autora nortina, que dejó escrito ese sentido canto de devoción mariana llamado "Mamanchi".
El conocimiento y la difusión del folclor chilote en Chile tiene como nombre mayor el de Millaray, el grupo fundado en 1958 por la investigadora y folclorista Gabriela Pizarro que, junto a Cuncumén, fue uno de los más influyentes conjuntos de proyección folclórica iniciados al alero de Margot Loyola y Violeta Parra en los años ‘50. De esas dos maestras Millaray aprendió y puso el práctica el método de la recopilación en los campos, aplicado al folclor de las zonas central y nortina y con especial dedicación a Chiloé. En la isla encontraron el rin, la nave, la sirilla, la pericona, la trastrasera, el pavo, el cielito, la cueca chilota, la sajuriana y otros cantos y danzas. Esos mismos hallazgos fueron luego popularizados con estribillos como "Mariquita, dame un beso", "El rabel para ser fino", "Corre la nave, corre la vida", "Los patos en la laguna" y en cuecas como "La huillincana", de Liborio Bórquez, y dejaron un legado esencial para la genealogía del ballet folclórico en Chile y para futuros grupos de raíz chilota como Chamal, Bordemar o Chilhué.
Humberto José Miguel González pasó a la inmortalidad como Pollito, uno de los representantes de la denominada bohemia tradicional porteña, que animó en Valparaíso desde mediados del siglo XX y hasta entrado el siglo XXI. El piano fue su principal instrumento, con el que dominó un abanico sonoro que abarca desde el tango a la cueca, y el tradicional bar Cinzano fue el territorio donde su nombre quedó asociado para siempre a un patrimonio popular porteño, que se forjó en la cotidiana experiencia de la música en vivo antes que en la producción discográfica.
María Luisa Sepúlveda Maira es una figura fundamental en la música chilena en los albores del siglo XX. Su nombre se asocia a la primera compositora académica de la historia, además de una pionera en la definición de género a través de sus acciones musicales. Sepúlveda es también la primera mujer investigadora y recopiladora del folclor. Además pianista, su obra autoral gozó de gran difusión y presencia en el circuito sus académicos, premios y distinciones en un período que llega hasta 1929, cuando comenzó a ser víctima de los círculos masculinos del poder institucional. Ello precipitó una dramática desaparición al ser expulsada del Conservatorio Nacional definitivamente en 1931.
Suele recordarse a Humberto Lozán como la voz mayor de la Orquesta Huambaly, un crooner de encanto, calidez vocal y ductilidad como pocos en su tiempo, al frente de la mejor compañía imaginable para la interpretación de repertorio de baile en restaurantes y salones de hotel. Sin embargo, Lozán desarrolló también una trayectoria solista, con discos propios y recordados recitales. No ha sido frecuente en Chile el arquetipo de cantante de gran potencia ajustado a ritmos centroamericanos y afrocaribeños, y a la vez cómodo con las exigencias del swing junto a intérpretes de jazz. Lozán se eleva, en ese sentido, como una de las más notables excepciones. Se volvió habitual leer su nombre en prensa —no sólo chilena— junto al adjetivo 'deslumbrante'.
Nicanor Molinare es uno de los más productivos autores de la música típica chilena, a la que contribuyó con numerosas canciones y tonadas durante una carrera de escasos veinte años, entre 1937 y 1957. Molinare es el hombre que escribió ‘‘Chiu-chiu’’, ‘‘Cocorocó’’, ‘‘Galopa, galopa’’, ‘‘Cantarito de greda’’, ‘‘Cura de mi pueblo’’, ‘‘Mantelito blanco’’, ‘‘Oro purito’’ y ‘‘La copucha’’. Sus sencillas composiciones fueron luego un repertorio básico para la discografía de Los Huasos Quincheros y otros músicos, y un puñado de sus estribillos quedó además grabado en la memoria popular.
Primer compositor chileno en emplear el método dodecafónico, Carlos Isamitt también fue un estudioso experto en la música araucana, la que investigó largamente desde la academia, décadas antes de la época más activa de la recopilación. Una de sus composiciones más relevantes en esta línea, y con que mayormente se le conoce, es "Friso araucano", de 1931. Isamitt estudió música en la Escuela Normal de Santiago y el Conservatorio Nacional, así como pintura y dibujo en la Escuela de Bellas Artes, entidad que incluso llegó a dirigir. Es uno de los nombres principales en la música clásica en los inicios del siglo XX.
Aunque Arturo Millán es una de las figuras que con frecuencia actuaron en la televisión chilena de los años ’70 y ’80, ya entonces tenía edad para traer mayor experiencia a cuestas. Se inició en los años ’50 como cantante de la orquesta de Izidor Handler. Para entonces era profesor normalista, nacido en Chillán, y fue contemporáneo de la generación gloriosa de cantantes de bolero chileno que incluye a Lucho Gatica, Antonio Prieto y Luis de Castro. Durante su carrera grabó canciones de éxito como "Mi amigo Pedro", "Yo tengo fe" y sobre todo "Mi papá, mi amigo", y fue parte de la generación de músicos que pasaron de la radio a la televisión a comienzos de los ’60. Actuó en Argentina, Perú, Venezuela y España, donde en 1960 ganó el Festival Internacional de la Canción de Benidorm, y obtuvo en dos ocasiones el primer premio en el Festival de Viña, además de ganar en el certamen de 1962 el segundo y el tercer lugar de modo simultáneo. Socio fundador y emérito de la Sociedad del Derecho de Autor, murió el 6 de junio de 1996 a causa de un cáncer, a los 68 años, poco después de haber lanzado los discos Que no se nos vaya el amor (1994) y Por siempre gracias (1995), con motivo de sus 45 años de carrera.
Rita Pavone hizo en 1963 del twist asunto italiano gracias a su popular "Il ballo del mattone", y en Chile fue Rafael Peralta quien más convincentemente tradujo la canción al castellano. "El baile de la baldosa" fue el mayor éxito de este intérprete asociado a la Nueva Ola, que se inició en el canto inspirado más bien por la estampa de los grandes crooners estadounidenses —fueron junto a orquesta sus primeras grabaciones—, pero que luego orientó su trabajo y talento hacia el imperativo juvenil y animoso del pop chileno de su tiempo. Otras de sus grabaciones exitosas fueron "Problemas", "Te has quedado negra" y "Hola, papi. Hola, mami".
Su nombre es Rafael Berríos, pero se hizo famoso como Rabanito, el acordeonista que llegó a ser considerado como uno de los mejores en su instrumento en Chile, por lograr un estilo de interpretación propio y una gran destreza, que le permitieron dominar el tango, la cueca, el jazz y otros ritmos de la música popular.
La más importante de las fundadoras del grupo Cuncumén junto al cantante y compositor Rolando Alarcón es Silvia Urbina. Parte de la primera alineación de ese conjunto de proyección folclórica a contar de 1955, ella se mantuvo en el grupo hasta 1961, época en la cual desarrolló además el conjunto paralelo de los Cuncumenitos en el que aplicó su oficio de educadora en la formación de niños dedicados al folclor chileno. Cantó y grabó discos a dúo con músicos como Rolando Alarcón y Patricio Manns, y luego se mantuvo activa en diversos escenarios folclóricos. En octubre de 2004 recibió el Premio Nacional de Folclore que entrega el Sindicato de Folcloristas y Guitarristas de Chile, en reconocimiento a su cuarenta años de trabajo como investigadora y profesora.