La identificación del folclor chileno con el cuerpo de cuecas y tonadas de la zona central es un fenómeno que se amplió durante la primera mitad del siglo XX y que derivó en una proyección folclórica, que reconoció así el status de música folclórica en todo el territorio. Esto se hizo con una búsqueda académica primero, vinculada al Instituto de Investigaciones del Folklore Musical (que pasó a ser parte de la Universidad de Chile en 1944), y luego con los propios músicos que comenzaron recorridos por Chile para recopilar canciones tradicionales o de autor desconocido. Los primeros viajes al norte, a Chiloé e incluso a Isla de Pascua, a cargo de académicos en busca de canciones entre campesinos y lugareños, permitieron obtener grabaciones de primera fuente, que luego se presentaron en Escuelas de Temporada de la propia Universidad de Chile. El efecto lógico fue la reacción de esos alumnos que entonces formaron grupos de proyección para recopilar y grabar nuevo material en terreno. De esta manera varió para siempre el panorama de la música chilena: el rin, el huayno, la cueca nortina, los parabienes, las habaneras, las auténticas tonadas campesinas, el cachimbo y decenas de otros ritmos poblaron un nuevo repertorio folclórico. La proyección, cuya definición es adaptar (o proyectar) canciones y danzas tradicionales a los requerimientos de un escenario, tuvo su mayor auge en los años ‘50 y ’60, y fue la base de movimientos futuros como el Neofolklore o la Nueva Canción Chilena, pero aún hoy mantiene importantes referentes en plena actividad.
El legado de la centenaria Margot Loyola Palacios está presente en el canto de Andrea Andreu, autora, intérprete de música de raíz y una de las últimas discípulas de la folclorista, investigadora y cantora linarense, junto con los nombres de Natalia Contesse y Claudia Mena, entre otras mujeres que llegaron hasta su casa en la comuna de La Reina para recibir sus enseñanzas. Principalmente a través de su disco Legado (2012), con abundantes canciones y danzas entregadas por la maestra, Andreu dio cuenta de esa experiencia. Pero incluso la influencia se traslada hasta sus primeros tiempos en la música folclórica, cuando integró el conjunto de proyección Palomar, creado por Loyola en los años '60.
Cantante, músico, bailarín y autor, Héctor Pavez es uno de los principales artistas de la música popular que desde fines de los años ‘50 se nutrió de la raíz folclórica en Chile, junto con Víctor Jara, Patricio Manns y Rolando Alarcón. Tal como la mayoría de ellos, su trabajo fue marcado por la recopilación folclórica, la Nueva Canción Chilena, la canción social, el compromiso político y la persecución de la dictadura. Chiloé fue un eje primordial en la música de Héctor Pavez a partir de su participación en el conjunto Millaray entre 1958 y 1965; de esa raíz hizo recopilaciones como la cueca "La huillincana" y "El lobo chilote" y creaciones propias como "Para bailar sirilla". También es autor de la popular "Cueca de la CUT", una muestra de la conciencia política que iba a motivar su activa participación en el gobierno de Salvador Allende y, después del golpe de Estado, el destierro en el que murió en París en 1975.
Es una de las maestras mayores en la investigación y la difusión del folclor en Chile. Raquel Barros Aldunate, intérprete, recopiladora, profesora, directora de conjuntos, autora de ensayos y libros, fundó en 1952 la Agrupación Folklórica Chilena Raquel Barros, precursor grupo de cantos y bailes dedicado a la proyección folclórica en nuestro país; fue parte desde 1958 del Instituto de Investigaciones Musicales de la Universidad de Chile y llegó a celebrar en 2012 las seis décadas de trayectoria de la Agrupación. Murió en 2014, a los 94 años, con un cuantioso patrimonio musical, escénico, discográfico y documental legado tras una vida dedicada en cuerpo y alma al folclor y sus tradiciones.