Iñigo Díaz
Siendo niño se inició en la música en su Coquimbo natal, a través de la influencia de su padre, el acordeonista Wilson Cuturrufo, cabeza de una familia de intérpretes vinculados a las tradiciones musicales del puerto y de las fiestas populares de la región. Tras participar en una serie de agrupaciones locales, Cuturrufo comenzó una formación académica y técnica como trompetista docto en la Universidad Católica, donde integró el grupo de cámara Ensamble Gabrieli entre 1991 y 1993. En el intertanto de su primera formación universitaria, el músico se fue alejando de la doctrina y el rigor académicos, al tiempo en que comenzaba a frecuentar el Club de Jazz de Ñuñoa como un adolescente.
Allí conoció al saxofonista alto Ignacio González, el primero que lo detectó merodeando por ese epicentro musical hacia 1988. Ambos se hicieron inseparables y comenzaron a tocar jazz. Así el muy iniciado Cuturrufo tuvo sus primeras apariciones en jam sessions del Club de Jazz y conjuntos espontáneos con músicos como Alejandra Santa Cruz, David Castañeda y el propio Ignacio González. Cuturrufo ya estaba muy influenciado por el bebop de figuras como Dizzy Gillespie y Fats Navarro. Más adelante conocería el latin jazz y sus ritmos demoledores, que lo reconectaron con esa historia de Coquimbo, Playa Changa, Tongoy y Andacollo, tan plagada de cumbia y ritmo y tambores.
Después de Lencina viene Cuturrufo
Cuturrufo dio muestras de todo ello cuando se unió al grupo de latin jazz Motuto en 1990. Con ese septeto tocó en espacios de baile y música afrocubana hasta 1992. Ahí se relacionó con gran parte de los músicos que seguirían a su lado durante años y entonces pudo calibrar su categoría como adelantado solista. Luego viajaría a Cuba para profundizar sus estudios de música popular, ritmos afrocubanos y jazz. A su regreso, Cuturrufo había crecido en estatura solística.
Alejado ahora del jazz latino, se centró en el jazz puro, el bebop como lenguaje central y en 1995 comenzó su escalada como líder de bandas. Fue el inicio de una carrera que lo llevó a desarrollar la estructura del quinteto como plataforma para sus fenomenales y altamente inflamables solos. Cuturrufo fue reconocido entonces como el trompetista más rápido y ardiente desde que el jazz fuera dominado por Daniel Lencina en los '70 y los '80. Indirectamente, Cuturrufo recogió del propio Lencina lecciones sobre bebop y sobre contacto con el público.
Tras grabar una de sus primeras colaboraciones en el jazz con el Ángel Parra Trío y su velocísima intervención bebop en "Condorito vive" en 1992, Cuturrufo dirigió sucesivos quintetos por los que desfilaron gran parte de los jazzistas de los '90: los saxofonistas Ignacio González, Jimmy Coll y David Pérez, los guitarristas Jorge Díaz, Dani Lencina y Federico Dannemann, los bajistas Felipe Chacón, Christian Gálvez y Cristián Monreal, y los bateristas Iván Lorenzo, Carlos Cortés y Andrés Celis, entre otros. Su primer disco, Puro jazz (2000), es resultado de todas las aventuras que tuvieron lugar en los años '90, la década de la transición, también para el jazz chileno.
El trompetista tuvo participaciones en distintos proyectos. El más visible fue el cuarteto Los Titulares, del baterista Pancho Molina, con el que grabó sus primeros dos álbumes. También trabajó con los grupos Vernáculo y Cutus-Clan, dirigidos por su hermano, el compositor y percusionista Rodrigo Cuturrufo. Ambos ensambles observaban la música popular: el primero fue organizado prácticamente como una agrupación de corte etnomusicológico, una creación a partir de la música en el culto mariano. El segundo tendría un carácter más político, social y pagano, como una orquesta mutante de boites nortinas.
Su carrera como líder de quintetos se extendió hasta bien entrados los años 2000, con la grabación de sucesivos discos de latin jazz (Latin jazz, 2002) y bebop y hard bop (Recién salido del horno, 2003), que completan entonces la primera trilogía de trabajos plenamente jazzísticos. También registró apariciones como trompeta solista con The Universal Orchestra (en el disco Concierto sabor a jazz, 2004) y con El Farol Big Band (en Llegando al puerto, 2006). Su siguiente curce musical lo uniría a una estrella de la música chilena, el pianista de la vieja guardia Valentín Trujillo.
Junto al maestro del piano popular el trompetista adquirió una mejor posición en términos de repertorios musicales y de alcance masivo, al girar por Chile con las sesiones de duetos swing que registró con el pianista en los álbumes Jazz de salón (2004) y Villancicos (2005). Además, Cuturrufo integró un grupo consular, que se presentó como Chilejazz Quinteto, un elenco de grandes solistas de su generación (con Federico Dannemann, y Rodrigo Galarce, entre otros), que lo instaló por 30 días en una gira las Islas Británicas y con el que grabó pronto el disco de registro de esa experiencia titulado Perdidos en Londres (2004).
Porcinology: antología de treinta años
Pero su regreso al jazz-funk, en todo caso, estaba predestinado, y fue entonces que Cuturrufo terminó por predominar en los círculos juveniles con incendiarias apariciones, tras la edición del disco Cristián Cuturrufo y la Latin Funk (2006) con su sexteto habitual y swing chileno (Swing nacional, 2007) junto al trombonista Héctor Parquímetro Briceño, quien sería su tercer gran compañero de duplas de viento en su historia, tras las experiencias colaborativas con Ignacio González (saxo alto) primero y Jimmy Coll (saxo tenor) después. Ese mismo año se recuerda una maratón de horas de vuelo nocturno cuando realizó siete presentaciones en una sola noche alternando dos cercanos clubes de jazz del barrio Bellavista, El Perseguidor y Miles, desde y hacia donde el coquimbano entró y salió para tocar hasta llegado el amanecer.
Durante 2009, el trompetista volvió a hacer noticia con una extensa gira por Nueva Zelanda y el Sudeste Asiático, donde puso a su poderoso quinteto de jazz y funk latinos en escenarios exóticos con una música que ya era exótica para aquellos públicos. Cuturrufo logró críticas favorables en medios especializados con conciertos en Indonesia, Singapur, Malasia y Tailandia.
A mitad de 2009 publicó su primera antología de jazz, titulada Treinta años en trompeta y para enero de 2010 se presentó por primera vez en el Festival Providencia Jazz al mando de un ensamble multinacional de once músicos donde figuraron su colega swing Jimmy Coll (saxo tenor solista), Claudio Rubio (saxo tenor de sección), Eduardo Peña (bajo eléctrico) y Carlos Cortés (batería), que abordaba nuevamente la música de raíz afrocubana y el latin jazz.
Un paso a la leyenda
Esa continuidad discográfica se interrumpiría allí, cuando el trompetista intensificó su trabajo como productor de encuentros y citas musicales como el Festival de Jazz de Las Condes, que llegó a reunir a 3.000 espectadores en el Parque Alberto Hurtado, además de la creación de clubes de jazz como The Jazz Corner (2013) y Boliche Jazz (2017). Su siguiente aparición en un disco fue con el elenco estelar que grabó un concierto en el club Blue Note de Nueva York, junto a Christian Gálvez, Nelson Arriagada y Alejandro Espinosa, registro publicado por el sello Pez bajo el título The Chilean Project live at the Blue Note (2016).
Luego de largo tiempo de no publicar álbumes al ritmo que venía ofreciendo, el trompetista presentó un trabajo titulado Socos (2019), donde presentó una única composición nueva ("Socos") y reeditó otras piezas unidas por la idea del regreso a Coquimbo y a la Cuarta Región, su tierra natal. Por ese tiempo, ya residiendo en la capitalina Comunidad Ecológica de Peñalolén —que él llamó su "segundo Coquimbo"—, se unió a los músicos Jorge Campos (bajo) y Pedro Greene (batería) para iniciar un conjunto de tres figuras. Con ellos llegó al Festival de Jazz de El Cairo en noviembre de 2020 y el registro de esa sesión más adelante se transformaría en una de los primeras grabaciones del trompetista editadas póstumamente. Esa expedición a Egipto fue su viaje final.
Con ese mismo trío dio su último concierto en El Kahuín de Peñalolén. Ocurrió en marzo de 2021, en plena pandemia: Cristián Cuturrufo falleció poco después, a los 48 años, como resultado de severas complicaciones ocasionadas por el coronavirus. Su personalidad y su capacidad para conectarse con las audiencias, además de su altura musical, la amplia discografía que dejó y el rol principal que tuvo en la consolidación de una nueva edad para un jazz "chileno-chileno", lo transformarían en una pequeña leyenda en la música nacional.