Marisol García
Un año antes de cumplir los veinte años de edad, la invitación de Eduardo Carrasco, compañero suyo en la carrera de Filosofía en la Universidad de Chile, decidió a Patricio Castillo a integrarse a Quilapayún. Era 1965, y Castillo era ya un guitarrista con formación en el Conservatorio que cursaba estudios paralelos de composición y armonía. Un padre violinista y una madre pianista lo habían acercado desde niño a la música.
Había participado de la orquesta del ballet folklórico Pucará, pero fue en Quilapayún donde encontró un contexto ideal de desarrollo y búsqueda en la canción de contenido social y alcance latinoamericano. Junto al grupo, viajó por Sudamérica, Cuba y parte de Europa, además de participar en dos álbumes fundamentales: Basta y la Cantata de Santa Marìa de Iquique, como intérprete de quena, y también con su sello vocal, en grabaciones tan populares como "La muralla". Algunas de sus composiciones para el grupo fueron los instrumentales “Gringa” y “Ñancahuazú”.
Un viaje personal a Bolivia lo acercó al charango, y más tarde se acomodó también en el cuatro venezolano, el tiple colombiano y el guitarrón chileno, además de tomar clases de flauta traversa clásica. Pero diversos problemas dejaron a Castillo fuera de Quilapayún en 1971. El músico aprovechó su salida para acercarse a otros intérpretes, como Víctor Jara e Isabel Parra, y trabajar con ellos en vivo y en nuevas composiciones. Era presencia habitual de La Peña de los Parra, y su nombre figura en los créditos de álbumes clásicos de ambos autores. Con Víctor Jara, en específico, Castillo se unió en dos producciones, Canto libre (1970) y El derecho de vivir en paz (1971) (también trabajaban juntos en el álbum que Jara dejó inconcluso y que se publicó luego de su asesinato con el título Tiempos que cambian), contribuyendo en la parcial composición y arreglos de varias canciones. Al respecto, es importante destacar su huella en al menos un clásico de la música popular chilena y el canto político latinoamericano. De su fundamental aporte a "Plegaria a un labrador" dan fe en sus respectivos libros sobre Víctor Jara y la Nueva Canción Chilena tanto Joan Jara como Osvaldo Gitano Rodríguez, si bien no se consignó en los créditos autorales del disco.
Después de un breve tiempo de trabajo junto al conjunto Los Incas, Castillo se integró por alrededor de un año a Amerindios, hasta entonces un dúo con otro ex Quilapayún en sus filas (Julio Numhauser) y una refrescante perspectiva para la impronta de la Nueva Canción Chilena. El Golpe de Estado, sin embargo, truncó de modo irremediable las alianzas en marcha en Chile. Como muchos de sus compañeros, Castillo vivió en Francia su exilio.
Música en el exilio
En Europa, Patricio Castillo se mantuvo activo en la música, con trabajos propios y también muy relevantes colaboraciones. Su primera publicación en París fue en rigor su debut solista. La primavera muerta en el tejado (1975) incluía canciones suyas, tres versiones para temas de Víctor Jara, y una primera parte trabajada a la manera de una narración conceptual junto a Patricio Manns; autor este último de letras alusivas a las vivencias de una joven mujer que muere en Santiago el 11 de septiembre de 1973 resistiendo a los militares. Así describe ese conjunto de canciones Gitano Rodríguez en su libro Cantores que reflexionan: «… tiene un raro equilibrio y es de un dramatismo agudo. La contribución de Patricio Castillo, tanto en la composición como en la interpretación, es fundamental, dándole a la obra de Manns una dimensión distinta. La guitarra de Patricio Castillo es más entera. Él sabe, por ejemplo, trabajar la sexta cuerda apoyando el conjunto con un bajo constante que dramatiza la frase acusatoria».
Su siguiente álbum francés, Provinces (1977), contenía un tono melancólico, ya cargado de la experiencia del destierro, con dos temas inspirados en textos al respecto del escritor Ariel Dorfman. Colaboraron en el disco Tita Parra, Alejandro Lazo y Manduka.
El trabajo solista de Patricio Castillo en los años setenta y ochenta en Francia fue, sin embargo, casi un desvío a su cauce ancho de colaboraciones en discos y en vivo, con músicos chilenos tan destacados como Isabel Parra, Ángel Parra y Los Jaivas (con este conjunto trabajó en los discos Alturas de Machu Picchu, Aconcagua y Obras de Violeta Parra, nada menos). La secuencia demuestra su requerido talento como multiinstrumentista y parcial arreglador. En su citado libro de crónicas sobre La Nueva Canción Chilena escribe Gitano Rodríguez:
Es necesario recordar que Castillo es un músico completo, capaz de hacer arreglos musicales e interpretarlos en diversos instrumentos, como la guitarra clásica, guitarra eléctrica, guitarra folk, bajo eléctrico, ocarina, quena, flauta traversa, charango, cuatro venezolano, sintetizador, etc. En este sentido, su contribución a los discos de Isabel, de Ángel, y especialmente de Tita Parra, es de primer orden. Es difícil dar un panorama de la obra total de Patricio, porque se encuentra muy dispersa. Por desgracia, ha grabado muy pocos discos individuales, pero esa obra existe y un día deberá recogerse en volúmenes especiales. De esa manera podremos apreciar la enorme gama de posibilidades que sabe manejar. Dos cosas más cabe destacar en su obra: su capacidad como músico de jazz y, por extensión, de música caribeña (aparte de la labor que desarrolló en Chile como quenista, no olvidamos que es una de las quenas base de la primera grabación de la Cantata Santa María de Iquique, donde también actúa de solista vocal), y el cuidado que pone en sus letras, puesto que, sin ser poeta, ha sabido crear bellas canciones que nada tienen que envidiar a algunas de las composiciones de letristas consagrados.
Gradual retorno
Castillo volvió a trabajar con Quilapayún en forma intermitente desde 1992, en reemplazo de Ricardo Venegas, haciéndose cargo esa vez del bajo eléctrico y de los dúos de quena con Hugo Lagos (con quien formó más tarde un dúo de jazz latino, Aguaná). En el conflicto que se generó por entonces por el uso del nombre del grupo, decidió permanecer junto a la facción liderada por Rodolfo Parada. Para entonces era ya un ciudadano parisino con nacionalidad francesa, con viajes breves e intermitentes a Chile y una actividad musical solista resguardada a la intimidad, sin publicaciones propias, hasta Travesía (2009).
Pero llegado el 2000 la idea de retornar definitivamente a Chile comenzó a rondarle. Lo concretó finalmente hacia 2016, cuando regresó a Santiago y continuó desde la capital su trabajo en la música. «Volver al lugar de origen», lo llamó, asumiendo que se trataba de un giro asumido luego de largas reflexiones «y no sin dolor ni contradicciones»:
—Nunca dejé de pensar que vivía en casa ajena y, como bien dice el adagio, «más vale un pequeño lugar de uno, que un gran lugar ajeno». Hoy se trata de un paso de vuelta definitiva, porque el país abstracto llamado Chile se llenó de un contenido que no tenía. Esa es la razón principal. Y no me refiero al país físico, ni político. Me refiero a mi país íntimo. Eso cambia todo.
Fue entonces que trabajó su primer disco «chileno», Huellas en el mar (2017). Con siete composiciones instrumentales y tres poemas musicalizados, la grabación del nuevo disco fue iniciada en 2010 en Francia y culminó en Santiago de Chile a comienzos de 2017, el lugar al cual el músico presenta en la carátula como «mi puerto de origen».