Iñigo Díaz

De madre folclorista y cantante del Bafona desde los años '80, Román conoció el folclor de primera mano y como primera influencia. A los 20 años se interesó por la guitarra contemporánea y los aspectos teóricos de la música y ello lo encaminó a estudiar durante un tiempo en la Escuela Moderna con Ciro Vega. Más adelante se hizo alumno de guiarristas de jazz como Mauricio Rodríguez y Jorge Díaz, en el Club de Jazz. Junto con esas primeras actuaciones en aquel escenario ñuñoíno en la década de 2000, un paso siguiente fue su incorporación al quinteto del pianista Rodrigo Ratier, donde se tocaba un jazz piazzolliano, altamente sofisticado y progresivo.

En 2013 creó el quinteto Mecha, un proyecto jazzístico en el que ya comenzaban a vislumbrarse sus ideas acerca del "folclor de vanguardia", vale decir, los "usos del folclor en tensión de otras músicas actuales". En 2018 el grupo ganó el premio Pulsar en la categoría Jazz con el disco Atar y desatar (2017), justamente tensionando el jazz desde la utilización del folclor. Para entonces Daniel Román ya estaba involucrado con el canto a lo divino tras tomar contacto con el cultor Juan Pérez Ibarra, quien lo introdujo en el mundo del canto a lo poeta. Así conoció el guitarrón chileno, que luego iría a incorporar en otros contextos, el universo de la décima y la dinámica de las vigilias.

A través de una tesis de Musicología en busca de la determinación del "folclor de vuaguardia", Román investigó los casos de la compositora argentina Liliana Herrero y el músico chileno nortino Orlando Sánchez, quien influyó directamente en él mediante el uso del guitarrón chileno en la música contemporánea. Así Román se sumó a un grupo de guitarristas de jazz que tomaron también el guitarrón como herramienta creativa: Cristóbal Menares, Orlando Sánchez y Raimundo Santander. Sus investigaciones musicológicas continuaron en 2018 en la U. de Valladolid, y en España, entonces, Román conformaría al menos dos cuartetos con músicos españoles y cubanos. Ello desembocaría en la música del citado disco Labio, donde en el contexto jazzístico se incorporaban la guitarra traspuesta chilena, el guitarrón de 25 cuerdas, la utilización de electrónica y la declamación de poesía propia.