Iñigo Díaz
Los músicos que se reunieron en esta primera convocatoria en 1997 pertenecían en su mayoría a la generación tardía del Canto Nuevo. Pero no estaban alineados con la trova directamente, puesto que tenían estudios formales en sus instrumentos y no escribían letras de canciones. Juan Antonio Sánchez (n. 1965) era guitarrista clásico y colaboraba de manera estrecha con el mandolinista Antonio Restucci.
El charanguista Ítalo Pedrotti (n. 1966) y el quenista Pedro Suau (n. 1966) tocaban en grupos de música andina y tropical (Opus Salsa), mientras que el bajista Pedro Melo (n. 1969) alineaba en la banda de Joe Vasconcellos y el guitarrista Manuel Meriño (n. 1972) lo hacía con Alberto Plaza. A ellos se sumó el cellista Rodrigo Peje Durán (n. 1963), de la Orquesta Sinfónica de Concepción, y el percusionista Carlos Basilio (n. 1965), recién llegado de la ciudad alemana de Colonia e integrante de Ortiga. Los fundamentos estéticos ya habían sido planteados para el nuevo proyecto llamado Entrama, que en apenas unos meses desde su fundación llegaba a un primer álbum: Entrama (1998).
Entre el público de un concierto en la Sala Elefante de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile figuraba el compositor Subhira, quien dirigía el sello Mundovivo y quien detectó en este novedoso ensamble música de gran belleza y proyección. En 1998 Entrama grabó para Mundovivo algunas de sus composiciones más reconocidas, junto al guitarrista Daniel Delgado (n. 1964): “Angelito” o “Al encuentro”. Eran parte de una obra que hasta entonces se mantenía en una olla a presión y que en los ensayos de la Sala Fech terminó por desbordarse naturalmente.
Se iniciaba entonces la etapa de mayor diversidad estilística para Entrama, con música de guitarras latinoamericanas, aerófonos andinos, cuerdas de cámara, tambores regionales y folclor modernizado. Ese año llegó a ser elegido por la junta previa al Altazor como el mejor grupo jazz fusión, "doblegando" a La Marraqueta y sorprendiendo a los propios músicos, que jamás se consideraron jazzistas.
Hacia la orquesta simbólica
En 1999, Entrama musicalizó el documental sobre el pintor surrealista chileno Roberto Matta, Un siglo demente. Se iba a convertir en el álbum Entramamatta. Jamás vio la luz, pero de esas series salió la pieza “Escrito en papel verde”. En 2000, los guitarristas Sánchez y Meriño dejaron el grupo, el primero para radicarse en Madrid y el segundo para integrarse a Inti-Illimani (del que llegaría a ser el joven director musical tras la partida de Horacio Salinas). Con la inclusión de una batería (Marcelo Arenas, proveniente del grupo rockero Triciclo), Entrama adquiría un peso distinto como grupo de fusión. La nueva versión del conjunto grabó Centro (2001), en honor al espacio reducido donde surgió el material: una pieza de ensayo en Teatinos y Compañía, en pleno centro capitalino.
Para entonces el espíritu del grupo entendía que la música de raíz folclórica no tenía por qué ser simple en sus formas. Los integrantes de Entrama querían componer una música “muy chilena”, con muchos colores y armonizaciones complejas. Una música que fuera impresionista y a la vez expresionista. Y así se presentaron en 2003 en la Universidad de Concepción, junto a la Orquesta Sinfónica penquista, para reordenar sus composiciones en lenguaje de las filas de violines, violas, cellos y contrabajos.
Un concierto multitudinario al aire libre que fue la génesis del siguiente proyecto de Entrama: grabar música con orquesta y grupo. El álbum se llamó Simbólico (2005) y respondió al carácter de la agrupación que los acompañó, pues ante la imposibilidad de convocar a la mismísima Orquesta Sinfónica organizaron lo que llamaron la Orquesta Simbólica, con solistas escogidos de la Filarmónica y la propia Sinfónica. Después de ese álbum Entrama alcanzó un estatus nuevo. Sus obras llegaron a ser estudiadas en conservatorios Europa y utilizadas como musicalización de diversos programas televisivos.
El regreso de Chicoria Sánchez en 2015, uno de sus más conocidos músicos, reencaminó al conjunto hacia una siguiente etapa. Poco antes, en 2012, Entrama había publicado su cuarto trabajo, titulado Año luz. El cambio de rumbo hacia una simplificación en la composición colectiva estaba tomando forma, y la experiencia de escritura de canciones por primera vez también apareció como horizonte, en cumbias como "La vida nos dirá cuándo", de Pedro Melo, o "Amor no correspondido", de Guillermo Correa, que estaba basada en un poema de Nicanor Parra. Justo ese 2015, Pedro Melo, quien había sido determinante en el largo período inicial de trabajo del grupo, siguió adelante como músico fuera de Entrama y coincidió con la reaparición del guitarrista, compositor y parte del elenco fundador en 1997.
Una década después de Año luz, el grupo publicó un álbum doble donde la composición se amplió aún más entre sus integrantes, marcando el paso a una próxima edad, como el fin de su propia edad mediana: El fuego de la memoria incluyó piezas camerísticas de larga extensión ("Almalidia"), dúos instrumentales ("El fuego de la memoria"), huaynos ("Cerro colorado"), canciones latinas ("Se zafaron") y cuecas experimentales ("En dos cristales").
Actualizado el 31 de julio de 2024