Cancamusa: alas blancas, alas negras
Foto: Diego Rosales
Entrevista

Cancamusa: alas blancas, alas negras

La reconocida baterista chilena (ex integrante de Amanitas y hoy parte de la banda estable de Mon Laferte) presenta un primer disco solista que cumple, sobre todo, con la promesa autoimpuesta de «nunca abandonar mi proyecto de vida personal en la creación». Desde un México también golpeado por la enfermedad y la incertidumbre, habla de Cisne-Lado negro como un trabajo de pistas autobiográficas en dos partes que combina a la vez dolores y pruebas de fortaleza: «Son mis vivencias y cómo quiero mostrarlas», describe.

Marisol García | 25 de junio de 2020 Fotos: Diego Rosales

Cancamusa: alas blancas, alas negras

A la cantautoría pop las nuevas voces chilenas suelen llegar desde un camino previo inquieto en la expresión personal solitaria y la búsqueda autodidacta. No es el caso de Cancamusa, quien este semestre ha debutado con un primer disco solista que de estreno en la música tiene sólo la formalidad. La compositora, intérprete y ejecutante encauza en Cisne-Lado negro (2020, autoedición) las lecciones de años de estudio, oficio y experiencias en la música forjadas por una inquietud precoz y un desarrollo constante: clases de batería en su adolescencia sureña; estudios formales de composición e interpretación en Santiago; grabaciones y shows junto al grupo Amanitas durante casi toda la década anterior; períodos de colaboración en vivo con gente como Joe Vasconcellos, Mamma Soul y Javiera Mena; y hoy la vitrina excepcional de una banda de agenda internacional, como lo es la de Mon Laferte.

Ya se ve: si algo marca esta nueva colección de nueve canciones como un debut no es entonces la vistosa trayectoria de su autora, Natalia Pérez (n. Valdivia, 1989), activa en la música desde mucho antes de esta publicación. Sino precisamente el hecho de haber decidido defender su espacio personal entre tantos otros requerimientos colectivos. Eso, claro, y las circunstancias tan extrañas que ahora rodean su promoción:

«La crisis en la que estamos por supuesto que me tiene cuestionándome no sólo el sentido de este disco, sino también todo mucho más allá… hasta de mi situación como humana en este sistema», comenta Cancamusa, su pelo largo y liso, su modo gentil, asomándose por videollamada desde su casa en Ciudad de México, donde reside hace casi dos años. «Es una crisis no sólo sanitaria sino también social, comunicacional, en la que estamos sin saber a quién creerle. Es un disco que presento entre mucha incertidumbre…».

—… y que por momentos suena precisamente a eso.
—Claro. Es un disco que mira hacia el interior y que habla sobre el miedo. Por eso en un momento pensé: «si puedo acompañar a través del disco con este mensaje, bacán». Me tendría mucho más complicada haber hecho un disco de contenido más simple, la verdad. No está mal tomar éste como un tiempo para redescubrirse.

No es simple Cisne-Lado negro, es verdad, pero no por una sofisticación que lo vuelva lejano. Se trata de un disco pop, levantado principalmente sobre máquinas (sintetizadores análogos y virtuales, batería programada, pistas de orquestaciones) que consigue afirmarse en el oído con marcas de distinción autoral gracias por un lado a las ideas de arreglos elegantes e imaginativos (timbres, secuencias que entran y salen, percusiones irregulares), y por otro a las viviencias y reflexiones personales, compartidas con voz suave y sugerente (también tratada por efectos) pese a la crudeza de algunos recuerdos.

«Yo tengo una luz eléctrica / que se enciende en tormentas», advierte en "Huracán de fuego". Allí también zanja: «No veo a nadie claro / ni a nadie en quién confiar».

«Pop cinemático» es como Cancamusa ha elegido describir a este sonido atmosférico y sobre todo electrónico, que según su autora se nutre de influencias tomadas por ella del pop, el jazz y lo experimental; de Phil Collins (baterista, compositor y cantante, como ella), Tame Impala y Ryuichi Sakamoto.

—Por tu formación y oficio uno podría haber esperado un disco «de baterista», marcado por la ejecución, lo percutivo, la técnica. No es para nada el caso.
—No, no lo es y eso lo hice de forma muy consicente. En tocar batería hay algo que me gusta mucho y que es el trance: mantener un beat sobre el cual pasan cosas. Y entonces quise enfocar el disco en la parte atmosférica, como proponiendo un viaje. Fue una búsqueda, que apoyé en varios accesorios de batería que te van abriendo el espectro de posibilidades sonoras. Quisiera que quien escucha se sienta junto a la ventana de un tren por la que pasan distintas imágenes.

—Como ese viaje en tren, es un disco con una dirección. Se intuye un mismo concepto entre canciones, una hilación narrativa.
—Así salió, y me gusta. Al hacerlo se dio algo bien mágico y es que de pronto vino a mí la idea de dividir el disco en dos partes: un lado muy oscuro, con historias inspiradas en mi niñez, todavía pendientes de resolver. Y otro de fuerza, resilencia. Es todo un lenguaje personal con mis vivencias y cómo quiero mostrarlas.

Cuando a los 7 años, la niña que fue Natalia vio una batería delante suyo dice que sintió un impulso por sentarse frente a ella y comenzar a golpearla. Traía, recuerda, la familiaridad con el ritmo de 6/8 aprendido naturalmente al escucharle a su abuelo Héctor tocar en casa teclado y acordeón.

Su madre, Patricia Peralta, estimuló desde temprano esa vocación musical inesperada. Se educó en un colegio artístico de La Unión, en la región de Los Ríos [esa comuna la condecoró hace dos años como «hija ilustre»], donde no tardó en poner en práctica su interés en componer canciones. Mirar por pantallas a mujeres bateristas como Juanita Parra la afirmó en una vocación sin referentes cercanos, pero a la que no quiso ahogar bajo la timidez ni la distancia.

«Crecí inmersa en la música y en el estímulo de las condiciones creativas», agradece. «Más que una opción, la música ha sido una forma de expresión que traigo desde niña. Se mezcla con mis vivencias personales, con acompañar muy pequeña a mi abuela en la recuperación de una enfermedad, por ejemplo. Todo eso, el paisaje del sur, me hizo crecer con una imaginación muy grande, interesada en movimientos como el surrealismo. El tipo de creación que hago ahora tiene muchas metáforas».

Cancamusa, de hecho, la palabra escogida por ella como seudónimo artístico, significa «dicho o hecho con que se pretende desorientar a alguien para que no advierta el engaño de que va a ser objeto». No es la maña de la trampa, en su caso; sólo el recordatorio de las capas, matices y complejidad de la vida interior.

Cuando aún era estudiante de Música y Sonido en UNIACC uno de sus profesores, Rodrigo Gálvez, le cedió su cupo como baterista en las presentaciones de verano de Joe Vasconcellos. Con el ex Congreso se ocupó por casi cinco años, y en simultáneo a labores de apoyo para Mamma Soul (2014-2016). Luego y ya como integrante estable del grupo Amanitas, Natalia se sumó a shows y giras de Javiera Mena (2015-2018) y Mon Laferte (con quien comenzó a colaborar en 2012, y con quien se comprometió como baterista oficial seis años más tarde, mudanza a México incluida).

—Con toda la trayectoria que te antecede, con trabajo estable ahora junto a Mon Laferte, ¿por qué insistir en la creación solista y en tu propia música?
—Fue una decisión que tomé hace años. Cuando recibí la invitación para irme con ella y la banda a México acepté haciéndome a mí misma la promesa de que no iba a abandonar mi proyecto propio. Para mí la crisis en la que estamos sólo fortalece esa creencia. Las cosas pueden complicarse mucho pero te da seguridad al menos ya tener claro hacia dónde quieres dirigir tus fuerzas.

—Tu música es pop, pero diferente a la de Mon Laferte. ¿Es complejo el paso entre lenguajes musicales?
—Más allá de los estilos, a mí siempre me ha gustado la canción. Me gusta la melodía, soy una improvisadora de melodías, es lo que mejor hacía en Amanitas. Por otro lado, desde la adolescencia me interesó la música afrolatina, su diversidad. Mon tiene colores muy específicos en su música, que responden a patrones que son parte del folclor y la fusión latinoamericana. Eso me gusta y me alimenta.

—¿Y su condición de espectáculo tan masivo?
—Ha sido súper especial. ¡A ella la sigue tanta gente! Para mí es como entrar a una obra de teatro. En el escenario, un gran show te exige una estructura muy ordenada, porque Mon es alguien que improvisa muchísimo y a veces [en la banda] dependemos de lo que ella haga para saber por dónde continuar. Tenemos que estar muy concentrados, muy expectantes… y, bueno, eso es apasionante. Yo he aprendido mucho.

—Tu música en cambio, parece apelar a algo mucho más íntimo.
—Yo presento este disco sin la intención de estar en todas partes. Entiendo que hay músicas de diferentes alcances, y la mía no es para saturar. He tocado con mucha gente, a veces muy famosa, y eso me ha ayudado a saber qué es lo que quiero y no quiero para mí. La música es mi vida… pero no quiero dejar mi vida por la obligación de hacer un montón de cosas en torno a la música.

 

Cancamusa – Cisne - Lado negro
(2020, autoedición)

Cancamusa: voz, sintetizadores, baterías programadas.
Invitados: Sebastián Aracena (guitarra)

Producción: Sinclavi y Cancamusa.
*Todos los temas compuestos por Cancamusa (creación, composición) y Sinclavi (música).

www.instagram.com/cancamusa/