Diego Lorenzini, trampas y aciertos
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Entrevista

Diego Lorenzini, trampas y aciertos

El juego de la música como en una cancha de ensayo, error, desafío y propuesta es lo que en parte le otorga a los discos de Diego Lorenzini una soltura cautivadora. De particular delicadeza, De algo hay que morir es el tercer álbum solista del también artista visual e integrante de Tus Amigos Nuevos. Su autor lo define como una conquista de oficio y autonomía: «Creo que llegué a un punto en el que puedo elegir hasta el último detalle de cómo quiero que suene lo que hago». Hacia adelante, todo es expandirse y precisar.

Marisol García | 17 de octubre de 2019 Fotos: Marisol García

Diego Lorenzini, trampas y aciertos

Hay ascensos musicales estratégicamente planificados y otros que en cambio se asumen entre la improvisación y acaso la perplejidad. El de Diego Lorenzini como cantautor responde a un trayecto inusual, que largó hace poco más de una década acercándolo a la canción como un natural ejercicio expresivo, aunque sin ambiciones aún definidas. Eran el arte visual y la ilustración lo que entonces concentraban sus estudios y encargos laborales. Historias, figuras y vistas precisas y personales, pero a lápiz, no en sonidos.

De algo hay que morir, su nuevo disco, afirma por eso no sólo varias marcas autorales ya distintivas en el guitarrista, cantante y productor, sino que sobre todo lo confirma como un músico que ya no puede marginarse de las dinámicas que lo definan públicamente como tal.

—El mismo título del disco juega con algo que ahora me golpea la cara de frente, y que es hacerme cargo de ser solista como un músico de profesión, y no sólo de distracción —admite él—. Siempre me tomé el oficio de la música muy en serio, pero ahora hay compromisos nuevos que son importantes para mantener lo que ha llegado con el trabajo. En este disco se siente harto... no la presión, pero sí la nueva responsabilidad que eso conlleva.

—¿Y suena a «algo» esa nueva responsabilidad de músico, crees?
—Creo que sí. Tocar en vivo y tener que defender mis canciones con voz y guitarra, que es algo muy propio del oficio de cantautor, me ha obligado a sacarle el jugo a eso de que «menos es más», en el sentido de tratar de que la canción desnuda sea la fundación de todo lo demás. He aprendido a jugar con el timbre y con la atmósfera, con trucos como por ejemplo sonidos de trompetas hechos con mi voz. 

Considerando que el interés de Diego Lorenzini por la música se había ya encauzado en el trabajo con bandas (guitarra y voz para Varios Artistas y Tus Amigos Nuevos; estos últimos, con recomendable publicación 2019), composición para cine (Educación física y Extrañas criaturas), la gestión independiente (a través del sello Uva Robot, cofundado por él en 2011) y la producción de discos (Loza, de Niña Tormenta; Arriba es abajo, de Chini and the Technicians; Lo primero, de Rosario Alfonso, entre otros) sonaba extraño que hasta hace poco el nativo de Talca siguiera aclarando que él «no era» un músico propiamente tal. Una formación relevante en la plástica (es Magíster en Artes Visuales de la Universidad de Chile, también con experiencias de formación con Eugenio Dittborn y en Buenos Aires), con exposiciones y clases a su cargo, y encargos vistosos (como la carátula de Folclor imaginario, de Gepe) lo mantenían algo así como un cantautor enclosetado entre músicos asumidos.

Su disco Trenzas ad-honorem (2013) fue, según él, «la dispersión y la curiosidad», trabajado y mostrado entre otros muchos proyectos entonces abiertos para él como productor en Uva Robot, y con un título ajustado a la falta de retribuciones y la disposición a «hacerme las trenzas para luego soltármelas», como enseña el dicho popular. Luego, el cautivante Pino (2016) representó una dirección más firme, en camino hacia una identificación «y una intención en lograr algo determinado por un mayor oficio». Ahora el nuevo De algo hay que morir termina por permitirle hacer un disco «lo más profesional que me puedo permitir hasta aquí, con el que me siento conforme y me representa mucho —define, al fin—. Creo que llegué a un punto en el que puedo elegir hasta el último detalle de cómo quiero que suene lo que hago».

—Es un disco de canciones que se sostienen en sí mismas. Te escuchas cómodo en el formato.
—Más allá de que sea bueno o malo para hacer canciones, ya sé que me gusta mucho hacerlas. Es un formato fértil y a la vez sin obligaciones… pero que si puedes terminar volviendo significativo, qué ganas de aprovecharlo. Con lo de escribir sentía una conexión desde muy chico. La historieta y el dibujo tenían para mí el vínculo con la narración: también se trata de contar historias.

Hay por cierto historias en De algo hay que morir. La de una relación de suerte predestinada por el temor, en "Spoiler". La de la sensación hastiada de quien entra a un círculo ajeno, en "Chao, mi niño". Otra sobre una tímida invitación erótica, en "Si po'". Y "Me voy a Valparaíso" —un tema a dúo con Erlend Øye (es el noruego en voz y ruidos vocales de trompeta), compañero reciente de tocatas en Santiago y Alemania— relata la invitación a una tocata porteña sin pago; feliz, pese a todo.

 

Pero hay en estas canciones sobre todo sensaciones, las de un observador agudo de entornos a veces hostiles y a veces cariñosos pero difíciles, que Lorenzini describe con delicadeza y un filo humorístico innegable, aunque no por eso menos triste. El cuidado sobre las cuerdas tiene el contraste de la total falta de solemnidad de las frases y referencias no forzadas: chilenas, populares, clasemedieras, y algo que en "Felipe Camiroaga" —sí, es el título de una canción— sirve como síntesis conceptual: «… de tanto llorar, a estas alturas ya te da risa».

—Si las expectativas que generara mi música fuesen las de algo perfecto, por supuesto que me cuidaría de mantenerme en un lugar perfecto. Pero como empecé en mi límite, puedo permitirme forzarlo un poco, y ver hasta dónde llegar. Y no como un ejercicio físico-culturista, sino que por la música en sí —dice sobre el filo a veces absurdo, a veces trágico en algunas de estas composiciones—. Creo que ser artista visual me ha ayudado a abordar las canciones como un juego que tiene sus reglas que respetar. Si vas a hacer trampa, sólo puedes hacerla cuando tu juego es lo suficientemente bueno como para que esa trampa se luzca. Es como lo de Maradona y «la mano de Dios».

—¿Y hay en tu música trampas que puedas admitir?
—En vivo es bien fácil tener gestos acrobáticos o morisquetas técnicas que llamen la atención y que generen una reacción en la gente. Cuando lo descubres, vas graduándolo, como cuando en una clase de arte mantienes la concentración de los alumnos y entonces les sueltas el secreto de tu lección quince minutos antes de terminar, por ejemplo. A la gente no le molesta que me equivoque. Cuando descubrí eso me di cuenta de que puedo intentar subir la apuesta y tocar cosas más complejas, porque ya sé que tengo ese salvavidas.

—Es como perder el temor a quedar en evidencia.
—En otras palabras: tener no un sentido de la vergüenza, sino que la vergüenza te haga sentido.

Un equilibrio frágil entre sofisticación e irreverencia, permite que las canciones de Diego Lorenzini suenen al mismo tiempo a provocación y a cuidado. El trabajo con cuerdas es delicado, entre punteos y detalles en lo que es fácil concentrarse hasta la evasión. Casi como en un mantra. Si los pasajes instrumentales de "Soy un corpóreo y dentro de mí hay una actriz recién titulada llorando" sugieren la rebeldía frente a la norma de ganchos rápidos de la era del streaming, "Viva Chillán, una crueldad innecesaria" es, en cambio, la sacudida colorida de un juego complejo en torno a estructuras folclóricas y referencias históricas.

—Por mucho que haya entrado a la composición por las letras, que es lo que se me hacía y se me hace más manejable, me interesa cada vez más la parte abstracta y especulativa que hay en la música —define Lorenzini. Su actual momento de cantautor es también el del creador explorativo—. Ritmos, intervalos, armonías: son cosas súper interesantes de investigar. Me siento enamorado de eso que no entiendo del todo, y de lo que sigo aprendiendo. Creo que hay cosas de la música que nunca voy a poder controlar.

 

Diego Lorenzini: De algo hay que morir
(2019, Uva Robot)
>En vivo: viernes 25 de octubre, 20:30 h. | M100 (+)

Todas las canciones compuestas y arregladas por Diego Lorenzini, a excepción de "Valparaisito", compuesta por Diego Lorenzini y arreglada por Javier Bobbert. Todas las letras escritas por Diego Lorenzini a excepción de "Introducción a Viva Chillán, una crueldad innecesaria" escrita por Diego Lorenzini junto a Cristóbal León + "Viva Chillán, una crueldad innecesaria", recopilada de distintos fragmentos escritos por autores anónimos y reorganizados por Diego Lorenzini.
"Soy un corpóreo y dentro de mí hay una actriz recién titulada llorando" está basada en una historia real de la actriz y directora de teatro Nicole Waak.
Diego Lorenzini: voces, guitarras, ukelele, bajo, teclados, percusiones, baterías, "trompetas" y programaciones| Músicos invitados: Erlend Øye: voces y "trompetas" en "Me voy a Valparaíso" + Tiare Galaz (Niña Tormenta): voces en "Chao, mi niño", "Billete de luca" y "Pony" + Chini Ayarza (Chini.png): voces en "Mierda", "Pony", "Billete de luca" + Rosario Alfonso: voces en "Sin otro particular se despide", "Me voy a Valparaíso", "Pony" y "Billete de luca" + Simón Campusano (Niños del Cerro): voces en "Estamos fritos", "Sí po'", "Billete de luca" y "Pony" + Nicolás Lorenzini: voces en "Pony" y "Billete de luca" + Martín Perez Roa (Merci): teclado en "Me voy a Valparaíso" y voces en Billete de luca" + Javier Bobbert: guitarra en "Valparaisito" y en "Me voy a Valparaíso" + Juan Celofán: voces en "Billete de luca" + Juan Manuel Daza: voces en "Billete de luca" + Maite Pizarro: voces en "Billete de luca" + Alejandro Pino: flugelhorn en "Spoiler", "Mierda" y "Soy un corpóreo y dentro de mí hay una actriz recién titulada llorando".
Producido por Diego Lorenzini junto a Martín Perez Roa (a.k.a. Merci) en Estudios Niebla. Masterizado en cinta por Arturo Zegers en Estudios Triana.