Violeta Parra

Violeta Parra
Foto: Sergio Larraín / Fundación Violeta Parra

Violeta Parra

En el apartado de chilenos universales, Violeta Parra tiene pocos nombres a su altura. Aunque nunca ganó un premio Nobel ni lideró conscientemente una fuerza social, la compositora de "Gracias a la vida" logró ubicar su arte en muchos círculos y puntos geográficos, y desde su muerte, en 1967, su legado no ha hecho más que expandirse. Cantantes extranjeros de diversos géneros han grabado sus canciones; y centros de estudio, museos y libros mantienen activo hasta hoy el análisis de su obra inconmesurable, a la vez tradicional y pionera, vanguardista y popular. En 2017, tanto la institucionalidad chilena como el pueblo se volcaron a las calles para celebrar el Centenario de su nacimiento.

Fechas

San Carlos - 04 de octubre de 1917
Santiago - 05 de febrero de 1967

Región de origen

Ñuble

Décadas

1940 |1950 |1960 |

Géneros

Grupos

MusicaPopular.cl

Su influencia fue vital para el nacimiento del más importante movimiento que ha visto la canción popular de nuestro país, la Nueva Canción Chilena, pero también los jóvenes rockeros reconocen la profundidad de su música, llena de inequívoca crítica social y vocación de búsqueda. Al menos dos de sus hermanos, Nicanor (poeta) y Roberto (cantor popular), son también responsables de hitos de la cultura chilena del siglo XX; y dos de sus hijos, Isabel y Ángel, se convirtieron en importantes cantautores. Autora, también, de valoradas arpilleras, esculturas y pinturas al óleo, Violeta Parra creía que «cualquiera puede hacer canciones. Cualquiera puede ser artista y expresarse del modo que más le acomode». Su desarrollo artístico fue el de una autodidacta, que nunca aprendió a escribir música ni contó con agentes para promocionar su trabajo, pero que ha conseguido que éste sea hoy símbolo del arte popular chileno en el mundo.

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Foto: Memoria Chilena

Dueña de una personalidad fuerte, poco amiga de las concesiones, Violeta Parra supo desde temprano que la suya era una misión cultural que sólo se valoraría con el tiempo. Chile tardó en poner a Violeta en el lugar que merece su aporte. Iniciativas privadas y públicas (libros, películas, festivales) fueron poco a poco contribuyendo a darle a su figura un carácter patrimonial, en un esfuerzo coronado en 2015 con la inauguración del Museo Violeta Parra en la Avenida Vicuña Mackenna, en Santiago, a cargo de la Fundación que lleva su nombre que hoy coordina lo relacionado con la administración de su legado.

Niñez y juventud: la canción como escape
Nació en San Carlos, provincia de Ñuble, y pasó gran parte de su infancia en Lautaro, como parte de un familia extensa y pobre. Ella y sus ocho hermanos —además de dos medios hermanos, hijos de su madre— estaban a cargo del matrimonio compuesto por Nicanor Parra y Clarisa Sandoval. Él era un profesor de música y ella, una mujer campesina; ambos, cultores del canto popular. Tras sobreponerse a un ataque de viruela, a los tres años, Violeta creció al ritmo del campo chileno y de un gran tedio por la vida escolar; desarrollando, en cambio, una enorme pasión por el canto.

El descubrimiento de la música se le presentó como el de quien se convierte a un credo («mejor ni hablar de la escuela / la odié con todas mis ganas [...] / Y empiezo a amar la guitarra / y donde siento una farra, / allí aprendo una canción»). A los 9 años ya tocaba guitarra y, a los 12 comenzó a componer. Los problemas económicos de la familia Parra Sandoval se agudizaron con la muerte del padre, en 1929; y en varias ocasiones Violeta y sus hermanos buscaron con su canto callejero (también en algunos circos, en los que Violeta bailaba rancheras argentinas y cantaba cuplés) monedas con las cuales contribuir al presupuesto familiar.

«Si es cierto que yo sufrí, / eso me fue encañonando. / Más tarde me fui emplumando / como zorzala cantora / que no la para ni el diablo», recuerda en sus Décimas autobiográficas.

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Foto: Archivo Fotográfico Roberto Parra

Invitada por su hermano Nicanor, Violeta llegó a Santiago a los 15 años de edad. Mientras intentaba terminar sus estudios en la Escuela Normal de Niñas, descubrió que el canto podía ser un modo de ganarse la vida, y comenzó a presentarse en bares, quintas de recreo y pequeñas salas de barrio; inicialmente junto a su hermana Hilda (como parte del dúo Las Hermanas Parra). En 1935 llegaron a Santiago su madre y otros hermanos, y se establecieron en la comuna de Quinta Normal.

En 1938 se casó con Luis Cereceda, un empleado ferroviario, con quien tuvo dos hijos, Ángel e Isabel, y con quien se trasladó por un tiempo a Valparaíso. Pero la vida familiar convencional no era algo que le acomodase, y no tardaron en surgir las peleas entre este marido obrero y una esposa nada dócil y llena de distracciones. Tras un período en el que alcanzó cierto renombre interpretando en vivo cuplés (para eso la contrató Buddy Day como número estable de la boite Casanova), la artista comenzó lentamente a destacar en el circuito de folcloristas. Ya había hecho varias presentaciones en radios y hasta se había unido a un grupo de teatro, cuando su matrimonio con Luis Cereceda terminó en 1948. Ese mismo año realizó las primeras grabaciones junto a su hermana Hilda para RCA-Victor (siempre discos-singles, generalmente de cuecas). El dúo Las Hermanas Parra trabajó de modo constante hasta octubre de 1953.

El segundo y último matrimonio de la chillaneja fue con Luis Arce, pero tampoco duró demasiado. De esa unión nacieron Luisa Carmen y Rosita Clara (fallecida antes de cumplir un año de edad).

De algún modo, volver a ser una mujer soltera fue lo que le permitió a Violeta Parra asumir a plenitud su vocación de artista. Muchos de quienes la conocieron insisten en describir una característica de su personalidad: la incapacidad para darse siquiera un momento de descanso. La artista sentía como propias las múltiples deudas culturales de Chile con el mundo popular, y gastó impensables esfuerzos en aportar a la valoración masiva de lo que los más pobres y alejados de la capital venían haciendo por la música de raíz y la poesía. Comenzó, por ejemplo, a recorrer zonas rurales para grabar y recopilar música folclórica inédita. Llegó así a reunir alrededor de tres mil canciones, algunas de las cuales presentó en el libro Cantos folclóricos chilenos y, más tarde, en el disco Cantos campesinos (editado originalmente en París).

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Foto: Clarín (Argentina)

Poco a poco fue creciendo como compositora. Sus versos fueron los de una mujer atrevida en denunciar los abusos a su alrededor, y con ciertos enemigos que cruzaron toda su obra: los burócratas, la injusticia, la estupidez, la insensibilidad, la mediocridad y el abuso al más débil. Una de sus primeras composiciones, por ejemplo, fue una canción de título elocuente: "Porque los pobres no tienen". El cancionero «social» de Violeta Parra no es el único cauce de ella como autora, pero sí resultaría con los años fundamental como faro de influencia para otros cantores comprometidos, y es asombrosa la vigencia de su denuncia hasta hoy.

Primeros viajes
En 1953 grabó para el sello Odeón "Qué pena siente el alma" y "Casamiento de negros", dos de sus canciones más conocidas. Había recibido de regalo para entonces su primer guitarrón, instrumento que se impuso dominar pese a que hasta entonces se le consideraba exclusivo de hombres. En 1954 mantuvo el programa «Canta Violeta Parra» en radio Chilena, y ganó al año siguiente el premio Caupolicán a la folclorista del año. Poco antes había sido invitadada al Festival Mundial de la Juventud y Estudiantes, en Varsovia (Polonia) y viajó en julio de 1955. Recorrió entonces también la Unión Soviética y parte de Europa.

En medio del viaje se enteró por carta de la muerte (por una pulmonía) de su hija menor, Rosita Clara. Aunque la noticia la afectó profundamente, no regresó de inmediato a Chile, sino que se quedó dos años en París, ciudad en la que grabó sus primeros discos (para el sello Chante Du Monde) y estableció valiosos contactos con el mundo cultural europeo. Según su amigo Enrique Bello, «ella no fue a París como los señoritos del siglo XIX a aprender la última moda. Ella fue a imponer la canción chilena; ese era su desafío. Quiso someterse a prueba».

A su regreso a Chile, a fines de 1956, Violeta comenzó a diversificarse como artista, realizando un alabado trabajo en cerámicas, pinturas al óleo y arpilleras. Trabajó un tiempo en un museo de arte popular y folclórico que ella misma fomentó a crear en la Universidad de Concepción, y luego viajó por casi todo Chile, ofreciendo cursos de folclor y recitales. Ese mismo año aparecieron sus primeros LPs, El folklore de Chile (volúmenes 1 y 2), con una mayoría de títulos ajenos y en los cuales la voz de Violeta se acompañaba apenas de una guitarra de madera. Expuso por primera vez sus óleos en 1960, en la Feria de Artes Plásticas del capitalino Parque Forestal. Cada septiembre se ocupaba en su propia ramada, y colaboró también con su música en varios docomentales sobre tradición chilena (como La Tirana).

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Fotos: Memoria Chilena

Pese a tanta actividad, Violeta despertaba entonces un interés mucho más sincero en el extranjero que entre los suyos. Entre 1961 y 1965 se radicó nuevamente en Europa, donde activó una dinámica de constantes recitales (desde boîtes hasta salones de la Unesco), siempre con la intención de difundir el folclore chileno. Vivió entonces de modo intermitente en París con sus tres hijos, y grabó varios discos con Ángel e Isabel como «Los Parra de Chile». Fue un tiempo de intensa creación pero también de nostalgia, tal como lo explican los versos de "Violeta ausente", una de sus creaciones de entonces. En 1964, la chilena logró una marca histórica al convertirse en la primera latinoamericana en exponer individualmente en un salón del famoso museo del Louvre. De algún modo, era su música la que estuvo entonces en las paredes: «Las arpilleras son como canciones que se pintan», decía.

Fue también éste un período de amor intenso, gracias a la relación que fue forjando junto al musicólogo y antropólogo suizo Gilbert Favré, el destinatario de muchas de sus más importantes composiciones de amor y desamor ("Corazón maldito", "¿Qué he sacado con quererte?", "Run Run se fue pa’l norte", entre otras). La artista iba mostrando para entonces una pluma de destemplada crítica social, y fue en esos años que surgieron algunos de sus títulos más combativos ("¿Qué dirá el Santo Padre?", "Arauco tiene una pena", "Miren cómo sonríen"), fundamentales para el venidero movimiento de Nueva Canción Chilena.

También en París fue que escribió el libro Poesía popular de Los Andes. Admirada de su talento, la televisión suiza filmó entonces un breve documental que incluía una extensa entrevista en su taller, y que fue difndido más tarde bajo el título Violeta Parra, bordadora chilena. «Usted es poeta, músico, borda tapicerías, pinta. Si tuviera que elegir uno de estos medios de expresión, ¿cual escogería?», la interroga allí la periodista Madeleine Brumagne. «Yo elegiría quedarme con la gente», responde la chilena.

En la carpa de La Reina

Violeta Parra regresó a Chile de modo definitivo en 1965. Dejaba atrás el rico intercambio cultural de Europa, en el que había llegado a convertirse en una figura valorada, y volvía a una sociedad recelosa de su franqueza, y que no comenzaba aún a comprender su arte.

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Se presentó algunas veces en el local nocturno que habían comenzado a administrar Ángel e Isabel en calle Carmen (La Peña de los Parra), pero no se acomodó del todo y optó por trabajar a su manera. En un terreno cedido por el entonces alcalde Fernando Castillo Velasco, instaló en lo alto de la comuna de La Reina una carpa con capacidad para mil personas. Pretendía continuar allí mostrando su música y darle forma a una gran «universidad del folclore», pero no consiguió nunca la convocatoria esperada. Se la recuerda cantando algunas veces para apenas una docena de asistentes.

Se sumaba a esta decepción artística, los sinsabores del término de su relación amorosa con Favré, quien se marchó a Bolivia en 1966. Fue una época amarga, registrada en toda su dureza en su composición "Maldigo del alto cielo".

Violeta Parra vivía en la contradicción de quien se sentía responsable de una gran misión y la casi total indiferencia oficial hacia su trabajo. Esto decía en una entrevista de 1966 con René Largo Farías: «Creo que todo artista debe aspirar a fundir su trabajo en el contacto directo con el público. Estoy muy contenta de haber llegado a un punto de mi trabajo en que ya no quiero ni siquiera hacer tapicería, ni pintura, ni poesía. Me conformo con mantener la carpa y trabajar, esta vez con elementos vivos, con el público cerquita de mí, al cual yo puedo sentir, tocar, hablar e incorporar a mi alma».

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Sin embargo, era precisamente ése público el que no se interesaba por responder a su invitación. No eran tiempos fáciles para la creadora, quien intentó acabar su vida por primera vez en 1966, poco antes de grabar su mejor disco, Las últimas composiciones. Preocupados, algunos de sus amigos la invitaron a una gira por el sur de Chile. Viajó entonces hasta Punta Arenas, y regresó a Santiago más animada. Pero resultó ser un bienestar fugaz. Las últimas composiciones fue una suerte de epitafio adelantado, un disco de canciones tan intensas y contradictorias como su vida, y que iba desde la más desolada amargura de "Maldigo del alto cielo" hasta el himno humanista en que se ha terminado convirtiendo "Gracias a la vida". Como un «grandes éxitos» involuntario, ese disco también incluía "El albertío", "Run Run se fue pa’l norte" y "Volver a los 17"; canciones famosas hasta hoy, medida de su incomparable talento. Para publicar este álbum decidió sorpresivamente un cambio de sello, y se marchó de EMI-Odeón, con quienes venía trabajando desde 1953.

El siguiente es el testimonio de su hija Carmen Luisa sobre el fatal 5 de febrero de 1967:

«Yo estaba ordenando algo en la carpa, serían como las seis de la tarde, cuando de repente sentí un balazo. Entré corriendo a la pieza y encontré a mi mamá ahí tirada, encima de la guitarra, con el revólver en la mano. Me acerqué a ella y la moví, le hablé... y no me contestó. Ahí me dí cuenta que por la boca le corría un hilillo de sangre […]. De repente se llenó la carpa de gente... llegaron los detectives, y después vino una ambulancia a buscarla».

«¿Por qué lo hizo? Violeta era una mujer tan valiente», preguntó su madre al enterarse. Poco antes, Violeta le había dicho al periodista Tito Mundt: «Me falta algo, no sé qué es. Lo busco y no lo encuentro. Seguramente no lo hallaré jamás».

Publicaciones póstumas
Aunque la obra de Violeta Parra no es una presencia segura en los hogares chilenos, se hace cada vez más sencillo acceder a su música y su mensaje artístico, con mejoradas ediciones de sus discos en CD y varios libros que resultan útiles para introducirse en su biografía. Su legado material (arpilleras, pinturas, esculturas en papel maché, escritos, fotografías y grabaciones) y la administración de sus derechos están a cargo de la Fundación Violeta Parra, presidida por su hija Isabel y con personalidad jurídica desde julio de 1991. Para fines de 2014 se espera al fin la apertura de un museo capitalino que reunirá parte de su obra.

Isabel, su hija mayor, armó desde su exilio en París El libro mayor de Violeta Parra, una valiosa compilación de recuerdos sobre su madre que apareció en 1985 bajo la editorial madrileña Meridión (y más tarde fue reeditado por Cuarto Propio). Veintiún años más tarde, en el 2006, Ángel Parra, su único hijo hombre, presentó el cariñoso recuento biográfico Violeta se fue a los cielos, base para el mayor proyecto audiovisual emprendido hasta ahora sobre su figura: la película homónima dirigida por Andrés Wood y estrenada en 2011 con la actriz Francisca Gavilán como protagonista.

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Entre los libros publicados por investigadores de su vida y obra, destacan 21 son los dolores (1976), de Juan Andrés Piña; Mentira todo lo cierto. Tras la huella de Violeta Parra (1990), de Carmen Oviedo; Gracias a la vida (1976), de Bernardo Subercaseux y Jaime Londoño; y La poesía de Violeta Parra (2014), de Paula Miranda. Aunque no contó con el apoyo de Isabel, la biografía más completa hasta ahora es La vida intranquila, escrita por Fernando Sáez y publicada en 1999. Eduardo Parra reunió en 1998 recuerdos familiares en décimas para el libro Mi hermana Violeta, y la Fundación Violeta Parra publicó en 1993 el cancionero Virtud de los elementos, con la transcripción de setenta de sus canciones (con partituras) y una introducción de Silvio Rodríguez. Por último, no puede obviarse el libro Décimas, su autobiografía en verso, un volumen ineludible para cualquier admirador.

Un sinfín de músicos chilenos han rendido tributo a sus canciones, tanto en vivo como en disco. Entre las grabaciones más importantes para su obra figuran las que en 1984 publicaron Los Jaivas (Obras de Violeta) y el Canto para una semilla,  cantata compuesta por Luis Advis sobre sus décimas en 1972. Inti-Illimani grabó varias composiciones de la autora en el clásico álbum Autores chilenos (1971). Los hijos de Violeta, en tanto, han grabado textos o canciones de su madre en álbumes como Cantos de Violeta (1971), de Isabel, y Violeta Parra. Letra y música (1997), de Ángel. Su nieto Ángel Parra Orrego realizó un valioso tributo al recopilar sus llamadas anticuecas en el álbum Música inédita con precisiones para guitarra (1994), y más tarde la hermana de éste, Javiera, grabó su particular tributo en El árbol de la vida (2012).

Tita Parra levantó una peculiar obra electroacústica basada en las décimas de su abuela, publicada en 1998 bajo el título Centésima del alma. Violeta Parra ha impreso también su marca en exponentes rockeros. Al respecto, el proyecto más llamativo es el que en 2000 coordinó Álvaro Henríquez, al reunir a trece bandas jóvenes para grabar versiones en clave rock de algunos de sus títulos. El disco salió a la venta bajo el título Después de vivir un siglo y fue sucedido a fines del año 2007 por un tributo de similar espíritu, Cantores que reflexionan, con invitados como Jorge González, Ángel Parra Trío, Gepe y Francisca Valenzuela.

La obra plástica de Violeta Parra ha recorrido asimismo el mundo, gracias a varias exposiciones en América y Europa. Cuando se celebraron los ochenta años de su nacimiento, sus arpilleras volvieron al Louvre de París para luego detenerse en España, Italia y Suecia. Bajo ese mismo pretexto, el gobierno de Chile le hizo entrega (a través de su familia) de la medalla Órden al Mérito Gabriela Mistral. La mayor exposición de su obra en Estados Unidos ha sido la que en el año 2001 organizó en Washington D.C. el Banco Interamericano del Desarrollo, bajo el nombre «Todo lo que viene de la Parra es bueno».

En cuanto a su obra musical, el trabajo de Violeta fue víctima durante años de un imperdonable descuido y desorden, que aún no se ha solucionado del todo. Luego de años de compilados desde EMI, Alerce y Warner, en 2010, un gran proyecto de reediciones entre la Fundación y el sello Oveja Negra permitió contar con el grueso de sus grabaciones remasterizadas, aunque en colecciones que se saltaron los títulos y carátulas originales.

En el 2003, el realizador chileno Luis Vera estrenó el documental Viola chilensis, con diversos testimonios de quienes la conocieron, y parte de la entrevista que la televisión suiza le realizó en 1965. Las celebraciones por los noventa años de su nacimiento, en el 2007, sirvieron para ordenar algo más de su legado, con la exposición permanente de parte de su obra plástica en el Centro Cultural Palacio La Moneda y la edición de un libro alusivo de lujo, Obra visual. Hasta ahora, es la citada película de Andrés Wood (Violeta se fue a los cielos) el proyecto más importante de retrato y tributo, por su despliegue técnico y por su buena recepción pública y crítica. Un apartado especial en la Bilbioteca a cargo de MusicaPopular.cl (aquí) ordena los muchos libros biográficos y de análisis con su nombre en portada.

Actualizado el 13 de junio de 2023