Milena Bahamonde
Teoría, solfeo y la generación de las flores
Es hombre urbano pero de provincia. Es tranquilo pero líder. Consta en su cédula de identidad que nació en "el puerto", según figura en el documento el nombre de Valparaíso, ese ancladero de la arquitectura a punto del derrumbe que dejó cuando niño para crecer en un terruño aislado, el Quilpué de los '60.
Maduró anticipado a los 17 años tras la muerte del padre, y se enfrentó a la urgencia de "ganarse" la vida. Casi sin saberlo, ya estaba largado en la música. Baterista autodidacta absoluto, "sacaba todo de oreja", y tocaba con tarros, sin siquiera un instrumento profesional. Su primera batería había sido manufacturada con cajas de dulces, cilindros de helados y pedales de madera con elásticos, y en esa cosa practicó hasta que en su décimocuarto cumpleaños su padre bajó del tren con una batería hecha y derecha.
Poco a poco fue entrando en la escena, al inicio con canciones bailables en un café, luego con algunas lecciones musicales recibidas de un matrimonio de profesores de Villa Alemana, y más tarde matriculado en la Escuela de Bellas Artes de la Quinta Vergara en Viña del Mar. Le queda el recuerdo del tedio de los sábados en la tarde consumidos en la estricta práctica del la teoría y el solfeo. Luego, inscrito en la carrera de arquitectura de la Universidad de Valparaíso, inició la educación superior. Se debatió a gusto por tres años con cátedras de arte, matemáticas y la elaboración de maquetas hasta el Golpe de estado de 1973.
De Los Masters a Congreso
En los '60 tres grupos musicales hacían furor en carnavales y colegios de la región: Los Masters, Los Sicodélicos y los High Bass. En Los Masters estaban los tres hermanos González Morales: Patricio, Fernando y Tilo. Proveían a las festividades de la época de ritmos bailables, covers y toda clase de sones tropicales. Vestidos de uniforme, acorde a la usanza de chicos buenos de Liverpool y al protocolo impuesto por las orquestas de jazz en el Chile de los '50, usaban chaqueta roja. Después vino un quiebre. Llegaron las flores y los pantalones rayados y nadie siguió usando uniforme. Los High Bass pasaron a ser Los Jaivas, y Los Masters y Los Sicodélicos se fusionaron para dar vida a Congreso.
Desde su inicio, Congreso combinó colores instrumentales latinoamericanos con instrumentos eléctricos en una propuesta multifacética. En su primer disco de larga duración, El Congreso (1971), Tilo se hizo presente como autor de la canción "Has visto caer una lágrima".
El baterista había descubierto su vocación de compositor luego de dejar la carrera de arquitectura y trasladarse a Santiago a estudiar percusión en la Universidad Católica. Ahí fue crucial que conociera las obras de compositores como el argentino Alberto Ginastera y el brasileño Heitor Villa-Lobos. Estudió con Alejandro Guarello, Guillermo Rifo (con quien participó en la primera formación del Grupo de Percusión de la universidad) y Carlos Botto, y fue junto a Guarello y a Ernesto Holman que se lanzó a la experimentación. "Queríamos ver cómo se podía hacer una música sinfónica con sesenta instrumentos en un trío", recuerda.
El cancionero de Tilo
Desde una iniciática canción contra la guerra que compuso por los '70 hasta la fecha, González es autor de un grandísimo porcentaje de las obras de Congreso. En Terra incógnita (1975) firma "Vuelta y vuelta". En Congreso (1977), "Volantín de plumas" y la música de "El color de la iguana", "Si te vas", "Tu canto", "Los elementos" y "Arco iris de hollín". Es autor de "El descarril", "Undosla", "Viaje por la cresta del mundo", "El último vuelo del alma" y "La tierra hueca" (de Viaje por la cresta del mundo, 1981); "El último bolero", "Sur", "Primera procesión", "… Y entonces nació" (de Ha llegado carta, 1982), y "Andén del aire", "En la ronda de un vuelo", "Voladita nortina", "Alas invasoras" y "Allá abajo en la calle", de Pájaros de arcilla (1984).
En dupla con Francisco Sazo ha desarrollado otro gran contingente de creaciones en los discos Estoy que me muero (1986), como "Canción de Nkwambe"; Para los arqueólogos del futuro (1989), como "Hasta en los techos", y Los fuegos del hielo (1992). También son suyas "Aire puro", "Música para tu regreso", "El sombrero de Rubén" (de Aire puro, 1990), "A un cometa herido", "Ángel, dónde estás" (de Por amor al viento, 1997), "La loca sin zapatos", "La última mirada", "Mi corazón en dos", "Estoy que tiro la toalla" y "… También es cueca", de La loca sin zapatos (2001), entre muchas otras.
En 2013 escribió arreglos orquestales para la grabación del disco Congreso sinfónico, álbum junto a la Orquesta Sinfónica Universidad de Concepción que concretó el viejo anhelo de González de llevar la música de fusión de Congreso a un contexto filarmónico. Una década después, y con motivo de la conmemoración de los 50 años del Golpe de Estado militar, escribió partituras para el concierto "Víctor Jara, un canto libre", que fue estrenado en el Aula Magna de la U. de Santiago, con la Orquesta Clásica Usach y el Coro Sinfónico Usach, y las voces solistas de Francisco Sazo ("Angelita Huenumán", "El cigarrito") y Nicole Bunout ("Te recuerdo, Amanda", "Manifiesto").
Un dato aparte en la faceta creativa de Sergio González es su experiencia durante los diez años en que ejerció como profesor de percusión en la Universidad Católica de Valparaíso y entre 1986 y 1987 tocó jazz-rock en el grupo Kameréctrica, del violinista Roberto Lecaros. Compuso además las pequeñas piezas instrumentales para ballet Trozos para un coreógrafo y la banda sonora de La última huella (2001), documental de Paola Castillo que trata la urgencia de registrar las voces de las hermanas yaganas Úrsula y Cristina Calderón, últimas sobrevivientes australes.
A partir de los años 2000 y en paralelo a Congreso, Tilo González ha trabajado solo y con otros músicos como Andrés Márquez, Magdalena Matthey, Alexis Venegas, Quelentaro, Mario Rojas o Marcelo Aedo, y en 2002 fundó el sello discográfico Machi para abrir espacio a nuevos creadores además de su propio trabajo, una lengua musical propia ha hecho posible el encuentro del mundo latinoamericano.