Chino Santana, compartir en el canto
Foto: John Piff
Entrevista

Chino Santana, compartir en el canto

El enlace entre tiempos, sonidos y zonas geográficas distantes ordena las canciones del cantautor e investigador en un sugerente cauce de homenaje y preciso radar en terreno. Santiaguino en perpetuo movimiento, comprendió que sus viajes de exploración y aprendizaje por el Ñuble, frente a cantoras y poetas populares, le dejarían lecciones vitales si se entregaba a ellos «como un profesional de la escucha», según describe. Lo recogido está al fin en un disco y un libro con los que distraer la pandemia: «Lo que hago tiene un sentido de urgencia. Es un trabajo consciente de que se hace entre una destrucción geográfica y cultural en curso», advierte.

Marisol García | 8 de abril de 2020 Fotos: John Piff

Chino Santana, compartir en el canto

Ya es raro tener que adaptarse a una entrevista entre encierros forzosos y sin fecha de término a la vista. Pero el pantalla-a-pantalla que hoy domina la comunicación a distancia se vuelve además paradojal con alguien como Chino Santana, quien ha hecho del trabajo en terreno, el viaje y la colaboración estrecha esencia de su quehacer en la música y la investigación.

«Me gusta, siempre me ha gustado, desplazarme, moverme, viajar. Tuve temprano la idea de que para poder entender el conocimiento y el aprendizaje desde diferentes perspectivas necesitaba salir de mi espacio y entrar en una dinámica con otros», describe ahora cuando las circunstancias obligan a una conversación en las antípodas: bajo techo, con videocámara y sin nadie más a la vista [ver foto lateral]:

—Lo que hago en la música se trata de una conversación, de un diálogo constante. Hay algo romántico en la búsqueda, ¿no? De liberarse de ataduras, de lugares, de caras cercanas… todo eso que ahora en estas circunstancias uno aprecia tanto más.

Su refugio en cuarentena ha sido San Vicente Naltagua, una localidad a diez kilómetros de Isla de Maipo. Como tantos trabajadores independientes de Cultura, el músico es parte de una población en riesgo económico inminente:

—Al menos agradezco poder estar tranquilo con mi compañera y algunas tareas de trabajo. Ya sabes cómo le ha pegado esto a los freelancers: todos los encargos quedaron parados, si es que no se acabaron. Ha sido un golpe muy fuerte.

Ni que lo diga, ahora que esta entrevista también parece un vehículo promocional precario para dos próximos lanzamientos suyos al vaivén de las incertidumbres de una pandemia: si el mundo no se detiene antes, hacia mediados de año Emilio Chino Santana (n. 1990, Santiago) hará al fin circular su primer LP y un libro de investigación sobre cantores de la zona del Ñuble. Se puede hablar sobre ambos como una expectativa importante, de debut hecho y derecho para un cantautor, recopilador e investigador en terreno (Santana obtuvo en 2015 un título de sociólogo) que ya a los 15 años cantaba en micros junto a dos amigos mientras comenzaba a tomarse en serio su noción de llegar a ser un artista popular.

—Tu trabajo ha sido no sólo esencialmente nómade sino también colectivo, de intercambio con otros.
—Conocer gente es algo que me fascina. Love [el grupo californiano de los '60 comandado por Arthur Lee] tiene en su disco Forever changes una frase que me identifica: «Puedo enamorarme de casi todos». Desde chico yo sacaba música a las calles, a ver qué pasaba… Mis canciones han nacido en movimiento, desde la Región Metropolitana hacia afuera. Senderito empezó entre Estación Central, el Barrio Brasil, Cerro Navia… y de ahí llegó a Ñuble.

Con su fresca combinación de música campesina binacional —la de acá y la del sur de Estados Unidos, sobre todo—, el EP Senderito mereció un cupo entre los discos destacados del año en la antología 2019 del equipo de MusicaPopular.cl. «… un tratamiento libre desde la psicodelia, que lo vuelve a ubicar en un punto equidistante entre un rock retro y cosmopolita y el canto campesino de todos los tiempos», describimos entonces. Es un minidisco agreste y a veces rudo, en el que una mezcla de canciones propias o recopiladas (hay también una musicalización suya para versos aprendidos en terreno) suenan a través de cuerdas cálidas, armónica enfática y sugerencias sonoras y líricas más bien sombrías.

—El corrido "En Santa Amalia" tiene una historia feroz. ¿Por qué lo elegiste?
—Es una canción súper antigua, mexicana, que yo cantaba en las micros a los 19 años y que me di cuenta que todas las señoras se sabían. En San Carlos encontré cantoras que también la conocían. Es un tema fascinante para mí por eso: es súper popular pese a contar un relato horrible, sobre un hermano que quiere violar a su hermana y termina matándola…

—El folclor carga muchas veces con ese tipo de relatos que en otros géneros serían puro morbo. ¿Cómo te llevas con eso?
—Es horrible esa literalidad que asume que por cantar una historia de femicidio, como en este caso, tú avalas lo que ahí se cuenta. Por supuesto que no es así. Me choca esa cosa moralizante que te fija qué tienes que cantar y qué no. Creo en la libertad total en ese sentido. Al final para mí lo importante es que el canto sea con contenido. Que haya historia, magia, relato: que esté rodeado de coincidencias.

En esa misma vocación desprejuiciada y libertaria deben entenderse los caminos sonoros que explora Chino Santana como compositor e intérprete. En poco rato de conversación, el músico nombrará sin solemnidad los nombres de Bo Diddley, Rolando Alarcón, Alan Lomax, Johnny Marr y Mauricio Redolés como referencias de enlace evidente, para él naturales e inspiradoras. 

«La tradición de la canción es tan grande que, aunque uno quiera, no puede encasillarla», explicará entonces, sencillamente.

La disposición a conectar la tradición campesina chilena con el rock sicodélico y la raíz sureña estadounidense marcaba ya su magnífico (y único) disco junto a la banda Kabeza de Toro (El Kabeza de Toro soy yo, 2017), conjunto ya disuelto, bautizado a partir de los rocambolescos relatos sobre un cantor de la ribera sur del Ñuble que hacia los años cuarenta se presentaban en los campos con una auténtica cabeza de toro como máscara.

La de Santana solista es ahora la misma convicción de quien compone atento a una cadena extensa de la que se forma parte, sin tiempo ni patrones excluyentes entre sí. Es la que volverá a aparecer otra vez en Todos los días, el disco que espera poder hacer circular en mayo, y que hasta ahora ha sido adelantado por el single y video "Fuente de deseos". Son composiciones propias, coproducidas junto a Perrosky (Alejandro Gómez), y grabadas sobre cintas análogas junto a músicos repartidos entre varios tipos de guitarras, percusiones y teclados (incluso un antiguo armonio). Canciones de autor entregadas a un diálogo extenso en tiempo y geografía, anclado acaso a raíces indistinguibles.

—Recuerdo esa frase de Víctor Jara: «Mi canto es un canto libre». Así lo entiendo y así tiene que ser, a todo nivel. Para ser músico yo he optado por un modo de vida que me ha hecho viajar por los pueblos, evitar amarrarme a una pega en una oficina. Hago folk con mi guitarra de palo, pero me siento un músico de rock en el sentido de desde dónde me acerco y me gusta interpretar la música. El rock representa esa total libertad creativa, en el sentido de que no puedo ajustarme a las reglas que se asocian al folclor (probablemente con razón). En el rocanrol nadie te va a decir: «No, eso no se hace así…», ¿cachai? Me encantaría poder llegar a eso: a una canción que cuenta una historia que te da vueltas, que es un espejo, que sostenga una melodía. Hacer una canción con dos acordes es súper difícil. Lo que intento va en esa dirección.

—¿Cómo defines la tradición?
—La tradición es algo que se está definiendo siempre, y que está esencialmente conectado a la experiencia. Es entrar en contacto, darse la mano, sentir lo que el otro te transmite. Una vez lo hablaba con Miguel Molina, buen amigo y cantor: no se trata de hablar de «la tonada de Ñuble», como un género abstracto, sino que de la señora Carmen Garrido, que te enseñó esa tonada, ese rasgueo, esa experiencia compartida de sentido y de sonido. Lo que caracteriza de verdad a un cantor es que es distinto a otro. En eso está el código del folclor. Compartir con los viejos pa' mí ha sido un regalo único, y ha marcado mi vida.

El trabajo en terreno comenzó para Emilio Santana como una extensión de sus estudios universitarios; o más bien éstos le dieron una excusa para, bajo el concepto de sociología rural, adentrarse desde 2013 en tradiciones, relatos orales y canciones de San Fabián de Alico, tierra natal de Nicanor Parra, y de los alrededores de Chillán, un sector completo de vivas tradiciones y paisaje rudo y en riesgo que Santana describe como «una pequeña Patagonia, enclavado entre cerros y habitado por gente de increíble esfuerzo diario para su supervivencia».

«Ramas, troncos y raíces del canto juglaresco del Ñuble», terminó siendo el título de su tesis de pregrado, trabajada en terreno y en la improvisación de encuentros con poetas, cantoras y creadores autodidactas de la zona cuyas palabras lo iban guiando de casa en casa.

Con ellos pudo haber entablado una relación formal de investigador citadino, de entrevistas y registro, pero eligió otra cosa:

—Me considero un profesional de la escucha, lo pondría así. Y luego tengo a la guitarra, que me ha dado todo: fue ella la que me enseñó una metodología, un modo de relacionarme con los viejos. Una vez que en una conversación entran los acordes, se pasa a las historias, y luego eso se procesa. Lo que hago tiene un sentido de urgencia. Es un trabajo consciente de que se hace entre una destrucción geográfica y cultural en curso.

De esos encuentros libres y las valiosas lecciones extraídos de ellos trata su primer libro, un proyecto asociable a la crónica testimonial en el que Santana registra su experiencia junto a tres cantores, particularmente inspiradores para él:

Carmen Garrido fue la maestra que tuvo en Ñuble, una poeta analfabeta, que con su sola memoria recopila y difunde cantos y versos de la tradición, y que con su guitarra traspuesta llegó hasta a Argentina a mostrar su repertorio de humor negro y tonadas desoladoras, como una que ahora recuerda y canta Santana: "Todo el mundo en contra mía".

Arsenio Parra, Cheñito, fue un cantor y poeta popular ciego, versátil y encantador, fallecido en 2011 y a quien el músico sólo conoció por los recuerdos de otros y por grabaciones informales. «Tenía un estilo fuera de serie. Cantaba corridos, cuecas y tonadas con un sabor y un swing únicos. Y sus composiciones relataban la vida cotidiana de su comunidad. Era como si el tío Roberto [Parra] se hubiese quedado en San Fabián».

Por último, Luis Abraham Castillo le enseñó a entender el folclor como una vocación de vida y sacrificio, ajeno al alarde o la competencia. Destacado trabajador del folclor, fue colaborador de Calatambo Albarracín. Murió en marzo pasado, solo y abandonado por el sistema público, recuerda Santana con pesar:

—Él me dijo una vez: «El folclor es un camino hacia el olvido», y creo que eso describe muy bien a quienes se pierden en este oficio en el que ni el mercado ni el sistema han reparado alguna vez ni repararán jamás.

—¿Podrías sintetizar de algún modo las lecciones que te llevas conociendo a cantores como ellos?
—Entendí con ellos qué es compartir en el canto. Que la cadena de la música la sientes cuando cantas para otro.

—¿Y cómo aplicas eso en tu trabajo?
—No me llama la atención la idea de hacer música encerrándote en ti mismo. Quizás tuve alguna vez esa impresión, más chico. Pero una vez le escuché a Roberto Márquez, folkstar total, decir algo que nunca olvidé: «Esto es cincuenta por ciento para el músico y cincuenta por ciento para el público». Uno hace música para uno, claro, pero también para una entrega, para una circulación, para un… otro. Y ojalá uno tuviera un cuarto de esa conciencia. Los grandes artistas entienden esa otredad, que la música es de ida y vuelta.

 

 

CHINO SANTANA – TODOS LOS DÍAS
(2020, Moldavia Records)

Chino Santana: voz, guitarra, armónica. 
Instrumentos: Bruno Simonetti (armonio, piano vertical), Andrés Antaño (guitarra eléctrica de doce cuerdas, dobro), Américo Parra (bajo acústico, tombs de piso y platos), Franco Cancino (caja cepillada), Raúl Varas (bongó, jam block, semillas, bombo de piso y legüero, caja), Isaías Zamorano (saxofón), Perrosky (guitarra slide).

Producción: Alejandro Perrosky y Chino Santana.
*Todos los temas compuestos por Chino Santana.

www.instagram.com/chinosantanafolk/