Marisol García
Valderrama fue estrella de radio Minería, protagonista de tórridas historias de la fotonovela Cine-Amor, y su paso de mozo soltero a novio con fecha de enlace fue cubierta por la prensa juvenil de la época con el tono de una tragedia. Sobrio en su canto y gentil en el trato, consiguió figuración internacional en los años sesenta y setenta, respetado por las mayores voces chilenas de su tiempo por una carrera a la que consiguió darle estilo y ritmo propios.
Impulso bonaerense
Nacido en Paine, huérfano temprano y esforzado trabajador juvenil, Valderrama se ocupó tres años como boxeador aficionado hasta que pensó: ¿cómo no va a haber otra manera de ganarse la vida? Tenía 17 años cuando vendió sus guantes, y con el dinero que obtuvo compró en la calle una guitarra modesta por cuatrocientos pesos. Con ella comenzó a practicar un inicial repertorio de tangos y tonadas. En 1957, y luego de varios intentos fallidos en radios, un concurso en el programa «Crisol de Estrellas», de Radio del Pacífico, lo dio a conocer y le acercó los primeros contratos para giras y recitales.
La actriz y cantante Marta Pizarro, parte del elenco del popular radioteatro "Hogar dulce hogar", le dio el gran impulso a su inquietud musical al integrarlo al cuarteto Los Parralinos. Valderrama quedó primero a cargo de segundas voces y guitarra, pero al poco andar ella lo animó a cantar a solas dos o tres canciones en cada recital. Junto a ese conjunto, especializado en repertorio tradicional chileno (sobre todo, tonadas), el joven conoció los escenarios del Tap Room y El Pollo Dorado, dos de los locales nocturnos cotizados de Santiago, y se permitió por primera vez imaginarse a sí mismo en la proyección internacional. Marta Pizarro y Los Parralinos debutaron en Mendoza en 1959, y la contratación inicial para seguir unas semanas en Argentina terminó extendiéndose a casi tres años.
Fue en ese viaje que Valderrama destacó como solista, tanto en escenarios discretos de provincias, como en grandes boîtes de Buenos Aires. Grabó allí su primer disco, una colección de canciones sudamericanas que llegó a radios a través de los valses criollos «Dos años» y «Viva el Perú y sereno». Argentina lo había abierto a la idea de que podía pensarse a sí mismo como un cantante profesional, pero además al gusto por el repertorio entonces en auge con la llamada canción litoraleña, venida del noreste de Argentina y en cruce con nuevos estilos nacidos en Paraguay, como la guarania. El chileno también pudo atestiguar en vivo los más vibrantes años del chamamé y los ritmos salteños.
Así, el Lorenzo Valderrama que salió de Chile como cantante invitado de un conjunto, volvió al país en 1961 ya con grabaciones propias, notas en revistas, un repertorio diferente al de sus coterráneos y un contrato firmado con Radio Minería, desde cuyo auditorio no tardó en coordinar grabaciones para el sello Odeon. Detalla el libro Historia social de la música popular en Chile, 1950-1970:
Su modo de cantar «lánguido y sentimental» lo distinguía de otros intérpretes de música latinoamericana, imponiendo un estilo diferente en el medio nacional. La personalidad única y peculiar de su delgada voz producía simpatía y admiración, pero también «injustos ataques malévolos », como señala El Musiquero, por el carácter afectado de su forma de cantar.
«Cuando llora mi guitarra», la zamba «Angélica » y, sobre todo, «Río rebelde» fueron las principales grabaciones de esa primera etapa del éxito de Valderrama. Este último single, aparecido en mayo de 1962, había sonado hasta entonces en voz de su autor, el argentino Félix Alberto Cholo Aguirre, y en comparación a su registro el del chileno alteraba levemente el ritmo. Además Valderrama tuvo el acierto de añadirle el arpa de Juan Carrasco a la base de voz y guitarra, dándole así color a tonada. Con esas suaves modificaciones, buscó, según él, «poder interpretarla con más sentimiento y pronunciar mejor las palabras». Con aquel recuerdo nostálgico de quien lanza un pañuelo al río para extinguir al fin todos las memorias de un romance concluido («… se fue yendo despacito, como tu amor»), Valderama mantuvo por años la marca del single chileno más vendido en el país.
Giras diversas —junto al elenco del programa «Discomanía», el humorista Manolo González y hasta con el legendario cantautor estadounidense Dean Reed, entre otras— llevaron en ese tiempo a Valderrama de Arica a Punta Arenas. Su popularidad queda fuera de duda al revisar notas de archivo que, por ejemplo, en el resumen para 1962 de Rincón Juvenil lo ubican dentro de «los diez cantantes que más figuraron en el ranking durante el año», sólo bajo Paul Anka, Elvis Presley y Ray Charles. En una publicación cercana, Ecran invita a sus lectores a enviar un cupón para ganar un té junto al cantante en el salón Tudor del Hotel Crillón.
Fue invitado del show del Festival Internacional de Viña del Mar en 1963 y 1964. La segunda mayor marca de su repertorio vino entonces con su versión para el vals del peruano Mario Cavagnaro que propone una despedida práctica que deja todos los pendientes resueltos, del más profundo al más pedestre: «Devuélveme el rosario de mi madre y quédate con todo lo demás / Lo tuyo te lo envío cualquier tarde, no quiero que me veas nunca más». “El rosario de mi madre” había tenido versiones previas a la de Lorenzo Valderrama, y tuvo también otras muchas después de su grabación de 1964, pero al menos en Chile se asociará siempre a la voz de Valderrama.
Ascenso continental
El cantante continuó durante unos años en familia una agenda promocional continental que no se detuvo hasta al menos principios de los años setenta, y que incluyó viajes frecuentes a Perú —donde llegó a tener contratos estables de trabajo con Canal 5 de Panamerica TV y prestigiosas boîtes de Lima—, México, Colombia, Ecuador, Uruguay Paraguay y Venezuela. Pero pese a los movimientos al extranjero, Valderrama decidió anclar su rutina en Chile. Poco a poco, el canto pasó para él del ritmo profesional al del aficionado, y una serie de otras actividades le aseguraron un sustento económico que hacía innecesaria la ansiedad promocional.
Luego, cinco años de una enfermedad dolorosa le fueron quitando la energía de su madurez. Murió el 7 de octubre de 1986 en un hospital de Santiago, por las consecuencias de una bronconeumonía con complicaciones. La prensa recogió entonces declaraciones de pesar de Arturo Gatica, Enrique Maluenda, Lucho Oliva y Ginette Acevedo. Un grupo de mujeres siguió al día siguiente su sepelio entonando "Río rebelde" con flores en las manos.