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Dónde está el pop chileno

Miramos el pop como un fenómeno extranjero, pero Chile ha tenido vistosos ejemplos de música masiva, bailable e internacional.

viernes 17 de julio de 2015

Corren días de análisis internacional en torno al pop y sus asombrosos efectos planetarios, y en Chile la observación se hace desde lejos, como si se hablara de un fenómeno intrínsecamente foráneo. No tendría por qué serlo. La definición msisma del pop apunta a la superación de fronteras y la conexión globalizada de sus figuras y canciones. Chile ha participado del pop con entusiasmo, disfrutando y aportando al mundo nombres que pueden fundirse dentro de una misma corriente de música masiva, bailable e internacional. Sin embargo, son pocos los chilenos que han querido asumirse como nombres pop.

No es tanto que en Chile el pop sea una mala palabra, sino que su uso ha sido casi inexistente. En los años 60, la Nueva Ola llenó las radios de melodías bailables e ingenuas reflexiones románticas. No se ocupó entonces la palabra “pop", por mucho que sus códigos musicales, visuales y promocionales fueran la réplica de lecciones aprendidas del pop estadounidense e italiano. Ha sido probablemente un desperdicio no observar a una cantante como Cecilia en toda su riqueza pop: su combinación de referentes, su estampa de fuerte identidad visual, su fusión de canto, baile y espectáculo; y sus misterios privados son los de un símbolo pop que los años han confinado injustamente a la pura nostalgia nuevaolera.

Más tarde, al menos hasta los años 80, las formas del rock priorizaron en Chile las vertientes más masculinas, rudas y militantes. Por eso, a grupos como Los Prisioneros y Upa! se les llamó “el nuevo pop chileno”, por mucho que sus influencias estuviesen en bandas rockeras como The Clash o The Cure, y sus espectáculos en vivo no pudieran elaborar aún con demasiada finura la avanzada visual que el pop internacional sí abordaba como un deber. Asumieron con más comodidad sus influencias pop bandas como Nadie o Q.E.P., pero la época era un despertar confuso a la nueva música local, que terminó asociada más por generación que por estilo: así, Cinema, Engrupo, Aparato Raro y hasta Electrodomésticos se acomodaban en un mismo saco que ha pasado genéricamente a la historia como el sonido ochentero.

En general, la música moldeada para televisión y festivales, ha elegido las formas convencionales de la balada y se ha negado a dar el salto a un concepto pop más cosmopolita. Luis Jara, Douglas o Myriam Hernández han sido, es cierto, grandes estrellas populares, pero no podemos encontrar ahí un concepto real de pop chileno, como se entiende en los estándares globales.

Éste habría que buscarlo más bien en el híbrido cautivante de Los Ángeles Negros, cuya huella promocional en México no por nada siguió décadas más tarde el grupo La Ley, banda que aprendió a asumir sin conflictos sus referentes pop extranjeros. El éxito internacional de ambos grupos guarda relación con ese hambre masivo inherente al género. Con su paso suave entre géneros y un atractivo gancho visual, Nicole o Javiera Parra son tan pop como lo fueron en su momento las apuestas radiales de bandas jóvenes como Canal Magdalena y Glup!, aferradas a la melodía y los versos sencillos como condición esencial, por mucho que su aspecto pudiera remitir al universo rockero. Los productores que en su momento trabajaron con proyectos como Frecuencia Mod, Supernova, Kudai y Stereo 3 no hacían más que aplicar las eternas lecciones de las mejores factorías pop estadounidenses: armonías vocales, ritmo en crescendo, estribillos como imán. En realidad, hay suficientes ejemplos de pop chileno como para abocarse con entusiasmo a su revisión. No han faltado figuras ni canciones, pero sí ganas de calzarse el traje de aquel género que en estos días llora la muerte de su rey.